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Canal Diocesano - Popular TV

Radio Santa María de Toledo "PAN DE VIDA"

Pueden escuchar el programa de radio "Pan de Vida" del Arzobispado de Toledo, España. Programa dedicado a fomentar la Adoración Eucaristica perpetua en la Diócesis de Toledo desde que se inició en el año 2005. Lo interesante de este programa es que durante la primera media hora son testimonios de personas que participan en la adoración y cómo les ha cambiado la vida. En la segunda parte D. Jesús, sacerdote y rector de la Capilla, aclara dudas que le surge a la gente, con sencillez y fiel a la doctrina. El Horario (ESPAÑA) Jueves 20 a 21 horas-- Viernes 1 a 2 horas-- Sábado 0 a 1 horas-- Domingo 9 a 10 horas

lunes, 28 de febrero de 2011

Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza.

JOVEN RICO

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10, 17-27)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó:

“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó:

“¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos:

No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.

Entonces él le contestó:

“Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”.

Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta:

Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.

Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.

Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos:

“¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió:

“Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria

8ª semana. Lunes

EL JOVEN RICO

— Dios llama a todos. Necesidad del desprendimiento para seguir a Cristo.

— La respuesta a la personal vocación.

— Pobreza y desprendimiento en nuestra vida corriente.

I. Nos dice el Evangelio de la Misa1 que salía ya Jesús de una ciudad y se ponía en camino hacia otro lugar, cuando vino un joven corriendo y se detuvo ante el Señor. Los tres Evangelistas que nos relatan el suceso nos dicen que era de buena posición social. Se arrodilló a los pies de Cristo, y le hizo una pregunta fundamental para todo hombre: Maestro, le dice, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Jesús está de pie, rodeado de sus discípulos, que contemplan la escena; el joven, de rodillas. Es un diálogo abierto, en el que el Señor comienza dándole una respuesta general: Guarda los mandamientos. Y los enumera: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás... Él respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia... ¿Qué me falta aún?, recoge San Mateo2. Es la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez ante el desencanto íntimo de las cosas que siendo buenas no acaban de llenar el corazón, y ante la vida que va pasando sin apagar esa sed oculta que no se sacia. Y Cristo tiene una respuesta personal para cada uno, la única respuesta válida.

Jesús sabía que en el corazón de aquel joven se hallaba un fondo de generosidad, una capacidad grande de entrega. Por eso lo miró complacido, con amor de predilección, y le invitó a seguirle sin condición alguna, sin ataduras. Se quedó mirándolo fijamente, como solo Cristo sabe mirar, hasta lo más profundo del alma. “Él mira con amor a todo hombre. El Evangelio lo confirma a cada paso. Se puede decir también que en esta “mirada amorosa” de Cristo está contenida casi como en resumen y síntesis toda la Buena Nueva (...). Al hombre le es necesaria esta “mirada amorosa”; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad (cfr. Ef 1, 4). Al mismo tiempo, este amor eterno de elección divina acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de Cristo”3. Así nos ve el Señor ahora y siempre, con amor hondo, de predilección.

El Maestro, con una voz que tendría una entonación particular, le dijo: Una cosa te falta aún. Una sola. ¡Con qué expectación aguardaría aquel joven la respuesta del Maestro! Era, sin duda, lo más importante que iba a oír en toda su existencia. Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres... Luego ven y sígueme. Era una invitación a entregarse por entero al Señor. No esperaba esto aquel joven. Los planes de Dios no siempre coinciden con los nuestros, con aquellos que hemos forjado en la imaginación, en nuestros ensueños. Los proyectos divinos, de una forma u otra, siempre pasan por el desprendimiento de todo aquello que nos ata. Para seguir a Cristo necesitamos tener el alma libre. Las muchas riquezas de este joven fueron el gran obstáculo para aceptar el requerimiento de Jesús, lo más grande que ocurrió en su vida.

Dios llama a todos: a sanos y a enfermos, a personas con grandes cualidades y a las de capacidad modesta; a los que poseen riquezas y a los que sufren estrecheces; a los jóvenes, a los ancianos y a los de edad madura. Cada hombre, cada mujer debe saber descubrir el camino peculiar al que Dios le llama. Y a todos nos llama a la santidad, a la generosidad, al desprendimiento, a la entrega; a todos nos dice en nuestro interior: ven y sígueme. No cabe la mediocridad ante la invitación de Cristo; Él no quiere discípulos de “media entrega”, con condicionamientos.

Este joven ve de repente su vocación: la llamada a una entrega plena. Su encuentro con Jesús le descubre el sentido y el quehacer fundamental de su vida. Y ante Él se pone al descubierto su verdadera disponibilidad. Había creído realizar la voluntad de Dios porque cumplía los mandamientos de la Ley. Cuando Cristo le pone delante una entrega completa, se descubre lo mucho que está apegado a sus cosas y el poco amor a la voluntad de Dios. También hoy se repite esta escena. “Me dices, de ese amigo tuyo, que frecuenta sacramentos, que es de vida limpia y buen estudiante. —Pero que no “encaja”: si le hablas de sacrificio y apostolado, se entristece y se te va.

“No te preocupes. —No es un fracaso de tu celo: es, a la letra, la escena que narra el Evangelista: “si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres” (sacrificio)... “y ven después y sígueme” (apostolado).

“El adolescente “abiit tristis” —se retiró también entristecido: no quiso corresponder a la gracia”4. Se marchó lleno de tristeza, porque la alegría solo es posible cuando hay generosidad y desprendimiento. Entonces la vida se llena de gozo en esa disponibilidad absoluta ante el querer de Dios que se manifiesta cada día en cosas pequeñas y en momentos bien precisos de nuestra vida. Digámosle hoy al Señor que nos ayude con su gracia para que, en todo momento, pueda contar efectivamente con nosotros para lo que quiera, sin condiciones ni ataduras. “Señor, no tengo otro fin en la vida que buscarte, amarte y servirte... Todos los demás objetivos de mi existencia a esto se encaminan. No quiero nada que me separe de Ti”, le decimos en este diálogo con Él.

II. “La tristeza de este joven –comenta el Papa Juan Pablo II– nos lleva a reflexionar. Podremos tener la tentación de pensar que poseer muchas cosas, muchos bienes de este mundo, puede hacernos felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas riquezas se convirtieron en obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a seguirlo: ¡no estaba dispuesto a decir sí a Jesús, y no a sí mismo, a decir sí al amor y no a la huida! El amor verdadero es exigente (...). Porque fue Jesús –nuestro mismo Jesús– quien dijo: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando (Jn 15, 14). El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana (...). Con la ayuda de Cristo y a través de la oración vosotros podréis responder a su llamada (...). Abrid vuestros corazones a este Cristo del Evangelio, a su amor, a su verdad, a su alegría. ¡No os vayáis tristes!”5.

La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. Por eso debemos ponernos con frecuencia delante del Señor –cara a cara con Él, sin anonimato– y preguntarle, como este joven: ¿Qué me falta?, ¿qué exigencias tiene hoy, en estas circunstancias mi vocación de cristiano?, ¿qué caminos quieres que siga? Seamos sinceros: quien tiene verdaderos deseos de saber, llega a conocer con claridad los caminos de Dios. “El cristiano va descubriendo así, en medio de su vida corriente, cómo su vocación debe desplegarse a través de un tejido menudo y cotidiano de llamadas y sugerencias divinas (...), de instantes significativos, de “vocaciones” concretas, para realizar, por amor a su Señor, pequeñas o grandes tareas en el mundo de los hombres. Es en medio de este diálogo con el Señor como un hombre puede escuchar esa voz divina que le pide tomar unas decisiones definitivas, radicales (...). La palabra de Dios puede llegar con el huracán o con la brisa (1 Rey 19, 22)”6. Pero para seguirla debemos estar desprendidos de toda atadura: solo Cristo importa. Todo lo demás, en Él y por Él.

III. Aquel joven se levantó del suelo, esquivó aquella mirada de Jesús y su invitación a una vida honda de amor, y se marchó –todos se dieron cuenta– con la tristeza señalada en el rostro. “El instinto nos indica que la negativa de aquel momento fue definitiva”7. El Señor vio con pena cómo se alejaba; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos.

Después de este incidente, la comitiva emprende su camino. Pero antes, o quizá mientras recorren los primeros pasos, Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Ellos quedaron impresionados por sus palabras. Y el Señor repitió con más fuerza: Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino. Hemos de considerar con atención la enseñanza de Jesús y aplicarla a nuestra vida: no se pueden conciliar el amor a Dios, el seguirle de cerca, y el apegamiento a los bienes materiales: en un mismo corazón no caben esos dos amores. El hombre puede orientar su vida proponiéndose como fin a Dios, al que se alcanza, con la ayuda de la gracia, también a través de las cosas materiales, usándolas como medios, que eso son; o puede, desgraciadamente, poner en las riquezas la esperanza de su plenitud y felicidad: deseo desmedido de bienes, de lujo, de comodidad, ambición, codicia...

Hoy puede ser una buena ocasión para que examinemos valientemente en la intimidad de nuestra oración qué nos mueve en nuestro actuar, dónde tenemos puesto el corazón: si tenemos planteado un verdadero empeño por andar desprendidos de los bienes de la tierra, o bien si, por el contrario, sufrimos cuando padecemos necesidad; si estamos vigilantes para reaccionar ante un detalle que manifieste aburguesamiento y comodidad, servidos a menudo por los reclamos de la sociedad de consumo; si somos parcos en las necesidades personales, si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los gastos superfluos, si no nos creamos falsas necesidades de las que podríamos prescindir con un poco de buena voluntad, si nos esforzamos por no ceder en los caprichos y antojos que fácilmente se pueden presentar, si cuidamos con esmero las cosas de nuestro hogar y los bienes que usamos; si actuamos con la conciencia clara de ser solo administradores que han de dar cuenta a su verdadero Dueño, Dios nuestro Señor; si llevamos con alegría las incomodidades y la falta de medios; si somos generosos en la limosna a los más necesitados y en el sostenimiento de obras buenas, privándonos de cosas que nos agradaría poseer... Solo así viviremos con la alegría y la libertad necesaria para ser discípulos del Señor en medio del mundo.

Seguir de cerca a Cristo es nuestro supremo ideal; no queremos marcharnos como aquel joven, con el alma impregnada de profunda tristeza porque no supo desprenderse de unos bienes de escaso valor ante la riqueza inmensa de Jesús.

1 Mc 10, 17-27. — 2 Mt 19, 20. — 3 Juan Pablo II, Carta a los jóvenes, 31-I-1985, n. 7. — 4 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 807. — 5 Juan Pablo II, Homilía en el Boston Common, 1-X-1979. — 6 P. Rodríguez, Fe y vida de fe, pp. 82-83. — 7 R. A. Knox, Ejercicios para seglares, Rialp, 2ª ed., Madrid 1962, p. 141.

jueves, 17 de febrero de 2011

LA MISA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (8, 27-33)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.
Entonces él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.
Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

LA MISA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA

— Participación de los fieles en el sacrificio eucarístico.
— El “alma sacerdotal” del cristiano y la Santa Misa.
— Vivir la Misa a lo largo del día. Preparación.

I. Caminaba Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo; en el camino preguntó a quienes le acompañaban: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?1. Y los Apóstoles, con toda sencillez, le cuentan lo que se hablaba de Él: unos decían que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los Profetas. Corrían sobre Jesús las opiniones más variadas. Entonces Él se dirige a los suyos de una manera abierta y amable, y les dice: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? No les pide una opinión más o menos favorable, sino la firmeza de la fe. Después de tanto tiempo con ellos han de saber quién es Él, sin titubeos, con seguridad. Pedro respondió enseguida: Tú eres el Cristo.
También a nosotros tiene el Señor derecho a pedirnos una clara confesión de fe –con palabras y con obras– en medio de un mundo en el que parece cosa normal la confusión, la ignorancia y el error. Mantenemos nosotros con Jesús un estrecho vínculo, que nació en el Bautismo y que ha crecido día a día. En este sacramento se estableció una íntima y profunda unión con Cristo, porque en él recibimos su mismo Espíritu y fuimos elevados a la dignidad de hijos de Dios. Se trata de una comunión de vida mucho más profunda que la que pudiera darse entre dos seres humanos cualesquiera. Así como la mano unida al cuerpo está llena de la corriente de vida que fluye de todo el cuerpo, de modo semejante el cristiano está lleno de la vida de Cristo2. Él mismo nos enseñó, con una bella imagen, la forma en que estamos unidos a Él: Yo soy la vid; vosotros los sarmientos...3. Y es tan fuerte la unión a la que podemos llegar todos los cristianos, si luchamos por la santidad, que podremos llegar a decir: Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí4. Esta cercanía con Jesucristo nos debe llenar de alegría, pues si somos parte viva del Cuerpo Místico de Cristo participamos en todo lo que Cristo realiza.
En cada Misa, Cristo se ofrece todo entero, también juntamente con la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, formado por todos los bautizados. Por esta unión con Cristo a través de la Iglesia, los fieles ofrecen el sacrificio juntamente con Él, y con Él se ofrecen también a sí mismos: participan, por tanto, de la Misa como oferentes y como ofrendas. Sobre el altar, Jesucristo hace presentes a Dios Padre los padecimientos redentores y meritorios que soportó en la Cruz, y también los de sus hermanos. ¿Cabe mayor intimidad, mayor unión con Cristo? ¿Cabe mayor dignidad? La Santa Misa, bien vivida, puede cambiar la propia existencia. “Teniendo en nuestras almas los mismos sentimientos de Cristo en la Cruz, conseguiremos que nuestra vida entera sea una reparación incesante, una asidua petición y un permanente sacrificio para toda la humanidad, porque el Señor os dará un instinto sobrenatural para purificar todas las acciones, elevarlas al orden de la gracia y convertirlas en instrumento de apostolado”5.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? En el sacrificio eucarístico conocemos bien a Cristo. Allí se hace firme nuestra fe, y nos fortalecemos para confesar abiertamente que Jesucristo es el Mesías, el Unigénito de Dios, que ha venido para la salvación de todos.

II. La Santa Misa es ofrecida por los sacerdotes y también por los fieles, pues “por el carácter que se imprimió en sus almas en el momento del Bautismo participan del sacerdocio mismo de Cristo”6, aunque esta participación sea esencialmente diferente de la de quienes han recibido el sacramento del Orden7.
Solo por las palabras del sacerdote –en cuanto representa a Cristo–, en el momento de la Consagración se hace presente el mismo Cristo sobre el altar, pero todos los fieles participan en esa oblación que se hace a Dios Padre para bien de toda la Iglesia. Juntamente con el sacerdote ofrecen el sacrificio, uniéndose a sus intenciones de petición, de reparación, de adoración y de acción de gracias; más aún, se unen al mismo Cristo, Sacerdote eterno, y a toda la Iglesia8.
En la Misa podemos ofrecer cada día todas las cosas creadas9 y todas nuestras obras: el trabajo, el dolor, la vida familiar, la fatiga y el cansancio, las iniciativas apostólicas que queremos llevar a cabo en ese día... El Ofertorio es un momento muy adecuado para presentar nuestras ofrendas personales, que se unen entonces al sacrificio de Cristo. ¿Qué ponemos cada día en la patena del sacerdote?, ¿qué encuentra allí el Señor? Llevados por ese “alma sacerdotal”, que nos mueve a identificarnos más con Cristo en medio de la vida corriente, no solo ofreceremos las realidades de nuestra existencia, sino que nos ofreceremos a nosotros mismos, en lo más íntimo de nuestro ser.
Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso. El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia10; debemos llenar de contenido, y de oración personal, esta como otras oraciones que se repiten en cada Misa. Acudimos a la Misa para hacer nuestro su Sacrificio único, de infinito valor. Nos lo apropiamos y nos presentamos ante la Trinidad Beatísima revestidos de los incontables méritos de Jesucristo aspirando con certeza al perdón, a una mayor gracia en el alma y a la vida eterna; adoramos con la adoración de Cristo, satisfacemos con los méritos de Jesús, pedimos con Su voz, siempre eficaz. Todo lo suyo se hace nuestro. Y todo lo nuestro se hace suyo: oración, trabajo, alegrías, pensamientos y deseos, que entonces adquieren una dimensión sobrenatural y eterna. Todo cuanto hacemos adquiere valor en la medida en que se ofrece con Cristo, Sacerdote y Víctima, sobre el altar. Cuando buscamos esta intimidad con el Señor, “en la propia vida se entrelaza lo humano con lo divino. Todos nuestros esfuerzos –aun los más insignificantes– adquieren un alcance eterno, porque van unidos al sacrificio de Jesús en la Cruz”11.
Nuestra participación en la Misa culmina en la Sagrada Comunión, la más plena identificación con Cristo que jamás pudimos soñar. Nunca los Apóstoles, antes de la institución de la Sagrada Eucaristía, en los años en los que recorrieron Palestina con Jesús, pudieron gustar una intimidad con Él como la que tenemos nosotros después de comulgar. Pensemos ahora cómo es nuestra Misa, cómo son nuestras comuniones. Si procuramos prepararlas bien, si rechazamos con prontitud cualquier distracción voluntaria, si hacemos muchos actos de fe y de amor, si en nuestra alma se hace realidad, en frecuentes momentos, esa exclamación llena de fe de San Pedro: Tú eres el Cristo.

III. La Misa es el más importante y provechoso de nuestros encuentros personales con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues toda la Trinidad se encuentra presente en el sacrificio eucarístico, y es el mejor modo, y el más grato a Dios, de corresponder al amor divino. La Misa es “el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano”12. De modo semejante a como los radios de un círculo convergen, todos, en su centro, así todas nuestras acciones, nuestras palabras y pensamientos han de centrarse en el Sacrificio del Altar. Allí adquiere valor redentor todo lo que hacemos. Por eso ayuda tanto a la vida cristiana el renovar el ofrecimiento de obras durante la Misa; ofrecemos todo lo que vamos haciendo en el transcurso de la jornada, uniéndolo con la intención a la Misa del día siguiente o a la que en aquel momento se está celebrando en el lugar más cercano, o en cualquier parte del mundo. Así, nuestro día, de un modo misterioso pero real, forma parte de la Misa: es, en cierto modo, una prolongación del Sacrificio del Altar; nuestra existencia y nuestro quehacer es como materia del sacrificio eucarístico, al que se orienta y en el que se ofrece. La Santa Misa centra y ordena así el día, con sus alegrías y pesares. Las mismas flaquezas se purifican en cuanto forman parte de una vida ofrecida a Dios. El trabajo estará mejor realizado si pensamos que lo hemos puesto en la patena del sacerdote, o si en ese momento nos unimos internamente a otra Misa, en la que no podemos estar corporalmente. Y ocurrirá lo mismo con las demás realidades del día: los pequeños sacrificios de toda vida familiar, la fatiga y el dolor... A la vez, el mismo trabajo y todas las incidencias de la jornada son una excelente preparación para la Misa del día siguiente, preparación que procuraremos intensificar en esos momentos más cercanos a la celebración, echando a un lado toda rutina. “No os acostumbréis nunca a celebrar o a asistir al Santo Sacrificio: hacedlo, por el contrario, con tanta devoción como si se tratara de la única Misa de vuestra vida: sabiendo que allí está siempre presente Cristo, Dios y Hombre, Cabeza y Cuerpo, y, por tanto, junto a Nuestro Señor, toda su Iglesia”13.
Para conseguir los frutos que el Señor nos quiere dar en cada Misa, debemos, además, cuidar la preparación del alma, la participación en los ritos litúrgicos, que ha de ser consciente, piadosa y activa14. Para ello, debemos cuidar la puntualidad, que es la primera muestra de delicadeza para con Dios y para con los demás fieles, el arreglo personal, el modo de estar sentados o de rodillas..., como quien está ante su Amigo, pero también ante su Dios y su Señor, con la reverencia y el respeto debido, que es señal de fe y de amor. Y seguir los ritos de la acción litúrgica, haciendo propias las aclamaciones, los cantos, los silencios –oración callada–..., sin prisas, llenando de actos de fe y de amor toda la Misa, pero particularmente el momento de la Consagración, viviendo cada una de las partes (pidiendo de corazón perdón al rezar el acto penitencial, escuchando con atención las lecturas...).
Y si vivimos con piedad, con amor, el Santo Sacrificio, saldremos a la calle con una inmensa alegría, firmemente dispuestos a mostrar con obras la vibración de nuestra fe: ¡Tú eres el Cristo! Muy cercana a Jesús encontraremos a Santa María, que estuvo presente al pie de la Cruz y participó de un modo pleno y singular en la Redención. Ella nos enseñará los sentimientos y las disposiciones con que debemos vivir el sacrificio eucarístico, donde se ofrece su Hijo.

1 Mc 8, 27-33. — 2 Cfr. M. Schmaus, Teología dogmática, vol. V, p. 42 ss.— 3 Jn 15, 15. — 4 Gal 2, 20. — 5 San Josemaría Escrivá, Carta 2-II-1945. — 6 Pío XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947, n. 23. — 7 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 10. — 8 Cfr Pío XII, loc. cit., n. 24. — 9 Cfr. Pablo VI, Instr. Eucharisticum mysterium, 6. — 10 Misal Romano, Ordinario de la Misa. — 11 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, X, n. 5. — 12 ídem, Es Cristo que pasa, 87; Cfr. Conc. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 14. — 13 San Josemaría Escrivá, Carta 28-III-1955. — 14 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 48.

miércoles, 2 de febrero de 2011