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Canal Diocesano - Popular TV

Radio Santa María de Toledo "PAN DE VIDA"

Pueden escuchar el programa de radio "Pan de Vida" del Arzobispado de Toledo, España. Programa dedicado a fomentar la Adoración Eucaristica perpetua en la Diócesis de Toledo desde que se inició en el año 2005. Lo interesante de este programa es que durante la primera media hora son testimonios de personas que participan en la adoración y cómo les ha cambiado la vida. En la segunda parte D. Jesús, sacerdote y rector de la Capilla, aclara dudas que le surge a la gente, con sencillez y fiel a la doctrina. El Horario (ESPAÑA) Jueves 20 a 21 horas-- Viernes 1 a 2 horas-- Sábado 0 a 1 horas-- Domingo 9 a 10 horas

jueves, 29 de julio de 2010

JESÚS PRESENTE EN EL SAGRARIO

Los pescadores ponen los pescados buenos en canastos y tiran los malos.

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 47-53
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente;
"También sucede con el Reino de los cielos lo mismo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces; una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en canastos, y tiran los malos.
Así será cuando llegue el final del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes".
Jesús preguntó a sus discípulos:
"¿Han entendido esto?"
Ellos le contestaron:
"Sí".
Y Jesús les dijo:
"Todo maestro de la ley que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos, es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
17ª Semana. Jueves

JESÚS PRESENTE EN EL SAGRARIO

— Dios vive en medio de nosotros.
— Presencia de Cristo en el Sagrario.
— El culto y la devoción a Jesús Sacramentado. El himno Adoro te devote.

I. A lo largo del Antiguo Testamento había revelado Dios la intención de habitar perennemente entre los hombres. La llamada Tienda de la reunión fue como el primer templo de Dios en el desierto, y allí se posaba una nube que era símbolo de la gloria de Dios y de su presencia: Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó el santuario1. Esta nube era el signo de la presencia divina2.
Más tarde, el Templo de Jerusalén sería el lugar en el que los israelitas encontraban a Dios3; el lugar que añoraban en el destierro, recordando cuando iban a la casa de Dios con cantos de alegría y de alabanza: ¡Qué deseables son tus moradas, // Señor de los ejércitos! // Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo4. Estar lejos del suntuario era estar privados de toda felicidad verdadera: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo iré a ver el rostro de Dios?5.
Llegada la plenitud de los tiempos, el Verbo se hizo carne. En el momento de la Encarnación el poder del Altísimo cubre con su sombra a Nuestra Señora6; es la expresión de la omnipotencia de Dios. Y después de descender el Espíritu Santo sobre María, la Virgen queda constituida en el nuevo Tabernáculo de Dios: el Verbo de Dios habitó entre nosotros7. La palabra griega que emplea San Juan correspondiente a habitar “significa etimológicamente “plantar la tienda de campaña” y, de ahí, habitar en un lugar. El lector atento de la Escritura recuerda espontáneamente el tabernáculo de los tiempos de la salida de Egipto, en el que Yahvé mostraba su presencia en medio del pueblo de Israel mediante ciertos signos de su gloria, como la nube posada sobre la tienda. En multitud de pasajes del Antiguo Testamento se anuncia que Dios habitará en medio del pueblo (cfr. p. ej. Jer 7, 3). A las señales de la presencia de Dios primero en la Tienda del santuario peregrinante en el desierto y después en el Templo de Jerusalén, sigue la prodigiosa presencia de Dios entre nosotros: Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, en quien se cumple la antigua promesa más allá de lo que los hombres podían esperar. También la promesa hecha por medio de Isaías acerca del Enmanuel o “Dios con nosotros” (Is 7, 14) se cumple plenamente en este habitar del Hijo de Dios Encarnado entre los hombres”8. Desde entonces podemos decir con total exactitud que Dios vive entre nosotros. Cada día podemos estar junto a Él en una cercanía como jamás hombre alguno pudo soñar. ¡Qué cerca estamos del Señor! ¡Dios está con nosotros!

II. Desde el momento de la Encarnación podemos decir con sentido propio que Dios está con nosotros, con una presencia personal, real, y de una manera que es exclusiva de Jesucristo: Jesucristo, verdadero Hombre y verdadero Dios, tiene con nosotros una cercanía y proximidad mayor que cualquier otra que se pueda pensar. Jesús es Dios-con-nosotros. Antes, los israelitas decían que Dios estaba con ellos; ahora, lo podemos decir de modo exacto, como cuando afirmamos que algo que apreciamos con los sentidos está más cerca o más lejos de donde nos encontramos. En Palestina, Cristo caminaba, se acercaba a una ciudad, salía para predicar en otros lugares... Cuando acabó estas parábolas, partió de allí9, leemos en el Evangelio de la Misa. Y Dios abandonó aquel lugar para encontrarse con otras gentes. El sacerdote, cuando consagra en la Santa Misa, nos trae a Cristo, Dios y Hombre, al altar donde antes no estaba con su Santísima Humanidad. Es una presencia especial, que solo se da en la Eucaristía y que se continúa, mientras duren las especies, en el Sagrario, el Tabernáculo de la Nueva Alianza; esta presencia afecta de modo directo al Cuerpo de Cristo e indirectamente a las Tres Personas Divinas de la Trinidad Beatísima: al Verbo, por la unión con la Humanidad de Cristo, y al Padre y al Espíritu Santo, por la mutua inmanencia de las Personas divinas10. En el Sagrario está Cristo realmente presente, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Es literalmente adecuado decir: “Dios está aquí”, cerca de mí: creo, Señor, firmemente que estás ahí, que me ves, que me oyes...
El Magisterio de la Iglesia, saliendo al paso de diversos errores, ha recordado y precisado el alcance de esta presencia eucarística: es una presencia real, es decir, ni simbólica ni meramente significada o insinuada por una imagen; verdadera, no ficticia, ni meramente mental o puesta por la fe o la buena voluntad de quien contempla las sagradas especies; y sustancial, porque, por el poder de Dios que tienen las palabras del sacerdote en el momento de la Consagración, se convierte toda la sustancia del pan en el Cuerpo del Señor y toda la sustancia del vino en su Sangre. Así, el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús están sustancialmente presentes, y “en la realidad misma, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la Consagración”11; “realizada la transubstanciación, las especies de pan y de vino (...) contienen una nueva “realidad”, que con razón llamamos ontológica, porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa (...), y esto no únicamente por el juicio de fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva”12.
Jesús está presente en nuestros Sagrarios con independencia de que muchos o pocos se beneficien de su presencia inefable. Él está allí, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma, con su Divinidad. Dios hecho Hombre; no cabe mayor proximidad. La Iglesia posee en su seno al Autor de toda gracia, a la causa perenne de nuestra santificación. De alguna manera podemos decir que la presencia eucarística de Cristo es la prolongación sacramental de la Encarnación.
Desde el Sagrario Jesús nos invita a que allí confluyan nuestros afectos, nuestras peticiones. En la visita al Santísimo y en los actos de culto a la Sagrada Eucaristía agradecemos este don, del que a veces no somos del todo conscientes. Allí vamos a buscar fuerzas, a decirle a Jesús lo mucho que le echamos de menos, lo mucho que le necesitamos, pues “la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa o parroquial; más aún, de la Iglesia universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo cabeza invisible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, por quien son todas las cosas y nosotros con Él (1 Cor 8, 6)”13.

III. Ha sido constante la práctica de la Iglesia de adorar a Cristo presente en el Tabernáculo. Si los israelitas tenían tanta reverencia por aquella Tienda del encuentro en el desierto, y más tarde por el Templo de Jerusalén, que eran figuras anticipadoras o imágenes de la realidad, ¿cómo no vamos nosotros a honrar a Cristo, que se ha quedado con nosotros para siempre en el Sagrario? En los primeros siglos de la Iglesia, la razón principal para guardar las Sagradas Especies era prestar asistencia a aquellos que se veían impedidos para asistir a la Santa Misa, especialmente los enfermos y moribundos, y los encarcelados a causa de la fe. El Sacramento del Señor era llevado con unción y fervor para que también ellos pudieran comulgar. Más tarde, la fe viva en la presencia de Cristo llevó no solamente a visitar con frecuencia el lugar donde se reservaba, sino que originó el culto al Santísimo Sacramento. La autoridad de la Iglesia lo ha ratificado y enriquecido constantemente: “los cristianos –declaraba el Concilio de Trento– tributan a este Santísimo Sacramento, al adorarlo, el culto de latría que se debe al Dios verdadero, según la costumbre siempre aceptada de la Iglesia católica”14.
En el siglo xiii, Santo Tomás compuso un himno eucarístico que, de una manera fiel y piadosa, contiene la fe de la Iglesia. Nosotros podemos hacerlo nuestro en muchas ocasiones para alimentar nuestra piedad y honrar a Jesús Sacramentado: Adoro te devote latens deitas... Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte; acato con humildad y agradecimiento –deslumbrado ante el poder de Dios, pasmado por su misericordia– todo lo que nos enseña la fe. Dios mismo se entrega, inerme, en nuestras manos: ¡qué gran lección para mi soberbia! Y, con la confianza que se acrecienta al tenerle ahí, tan cerca, pedimos al Señor su gracia para someter nuestro yo a su Voluntad...
Junto al Sagrario aprendemos a amar; allí encontramos las fuerzas necesarias para ser fieles, el consuelo en momentos de dolor. Él nos espera siempre y se alegra cuando estamos –aunque sea un tiempo corto– junto a Él. En el Sagrario Jesús espera a los hombres maltratados tantas veces por las asperezas de la vida, y los conforta con el calor de su comprensión y de su amor. Junto al Sagrario cobran diariamente su más plena actualidad aquellas palabras del Señor: Venid a Mí, todos los que andáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré15. No dejemos de visitarlo. Él nos espera, y son muchos los bienes que nos tiene reservados.

1 Primera lectura. Año I. Ex 40, 34. — 2 Cfr. Num 12, 5; I Rey 8, 10-11. — 3 Cfr. Is 1, 12, Ex 23, 15-17. — 4 Salmo responsorial. Año I. Sal 83, 2-3. — 5 Sal 42, 3. — 6 Cfr. Lc 1, 35. — 7 Jn 1, 14. — 8 Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, p. 1146. — 9 Mt 13, 53. — 10 Cfr. Conc. de Trento, Decr. De Sanctissima Eucharistia, cap 11. — 11 Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 25. — 12 ídem, Enc Mysterium fidei, 3-IX-1965. — 13 Ibídem, 69. — 14 Conc. de Trento, Sesión XIII, cap. 5; Dz 1643. — 15 Mt 11, 28.

martes, 27 de julio de 2010

Día del Señor


Misa en directo desde la catedral de Santiago.
Celebración de la fiesta del apóstol.
25-07-2010

http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100725/dia-del-senor/837332.shtml

domingo, 25 de julio de 2010

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL

PRIMERA LECTURA:
HECHOS 4,33; 5,12.27-33; 12,2

En aquellos dóas, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del consejo, y el sumo sacerdote los interrogó: «No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero". "La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados". Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».
Ellos al oir esto se consumían de rabia y trataban de matarlos, y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.

SALMO 66

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

SEGUNDA LECTURA:
2 CORINTIOS 4, 7-15

Hermanos: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.
Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.
Teniendo el mismo espíritu de fe, según que está escrito: «Creí, por eso hablé», sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para Gloria de Dios.

EVANGELIO:
MATEO 20, 20-28
En aquel tiempo se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
El preguntó: «Qué deseas».
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Lo somos».
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiebne reservado mi Padre».
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús, reuniéndolos les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos».

APÓSTOL SANTIAGO

En el hermoso y grandioso proceso de evangelización que, partiendo de la Iglesia Madre de Jerusalén, llevaron a cabo los Apóstoles con otros discípulos, hombres y mujeres, territorios y comarcas oyeron el anuncio de Jesucristo, Maestro y Salvador. Pero siempre fueron personas concretas quienes impulsaron con la fuerza del Espíritu Santo esa vida nueva de Cristo; tal o cual apóstol o sus compañeros, hombres y mujeres de carne y hueso.
Hay naciones cristianas, como Georgia o Armenia, en las que fueron determinantes figuras femeninas, jóvenes vírgenes, que dieron su vida por Jesucristo y el Evangelio.
En lo que hoy llamamos España y Portugal, la evangelización tiene un protagonista: el apóstol Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan.
Hombre fogoso, llamado también Santiago el Mayor, pertenece, con Pedro y Juan, al grupo de los tres discípulos privilegiados que son admitidos por Jesús a asistir a unos momentos importantes de su vida.
Con Pedro y Juan, ha podido participar en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y al acontecimiento de la transfiguración.
Son situaciones muy diferentes la una de la otra. En un caso, Santiago experimenta la gloria del Señor, le ve conversando con Moisés y Elías, ve cómo Jesús transparenta su esplendor divino. En el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación.
Con sus propios ojos, ve cómo se humilla el Hijo de Dios haciéndose obediente hasta la muerte. Ciertamente, esta segunda experiencia ha sido para él una ocasión de madurar en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: ha podido entrever que el Mesías esperado por el pueblo judío como triunfador, en realidad, no estaba tan sólo aureolado de honor y gloria, sino también de sufrimiento y debilidades. Este es Santiago, el primer apóstol que da la vida por Cristo, muerto por el rey Herodes Antipas hacia el año 42 d.C.
Este es nuestro patrón de España.
Una antigua tradición indica que vino a evangelizar la península y también que su cuerpo está enterrado en la ciudad compostelana. Tal vez las características personales de Santiago han marcado en parte la fisonomía de los cristianos españoles: entrega a la evangelización y disposición al martirio, al testimonio. Y, a decir verdad, necesitamos de ambas disposiciones de fe. Evangelizar y alejarnos de componendas o rutinas; mostrar con nuestra vida que Cristo y su Evangelio dan la felicidad y hacen un pueblo grande, con ideales, con vida que ofrecer a una sociedad depauperada en lo esencial; un pueblo que rechaza la cultura de muerte que se ha instalado entre nosotros, y la vida sin sentido que dan un consumismo poco inteligente, que hace daño a la naturaleza y deja vacío al consumista, pues con realidades efímeras no se llena una vida.
Muchos iréis este verano a Santiago, de diversos modos, con parroquias,
con grupos de amigos o de apostolado, solos o con otros que quieren ver “más allá”. Pedidle al Apóstol la grandeza de espíritu y la apertura al Evangelio, y muchas ganas de evangelizar, de apostolado entre nosotros; pedidle por nuestros misioneros en otras tierras y por los que aquí evangelizan. El 31 de julio más de 700 jóvenes peregrinan a Santiago, hasta el día 8 de agosto.
También lo haré yo. Así acabaremos el curso pastoral, pero con la mirada puesta en los retos e ilusiones del próximo curso: gran ocasión, en la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011, de evangelizar, esto es, ofrecer a muchos jóvenes lo más grande: Jesucristo, nuestro Salvador.

BRAULIO RODRÍGUEZ PLAZA
Arzobispo de Toledo
Primado de España

sábado, 24 de julio de 2010

LA NUEVA ALIANZA

Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 24-30
Gloria a ti, Señor.


En aquel tiempo, Jesús dijo esta otra parábola a la gente:
"Con el Reino de los cielos sucede lo mismo que con un hombre que sembró buena semilla en su campo. Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Y cuando creció la planta y se formó la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los siervos vinieron a decirle al amo:
"Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?"
El les respondió:
"Lo ha hecho un enemigo".
Le dijeron:
"¿Quieres que vayamos a arrancarla?"
El les dijo:
"No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquen también con ella el trigo. Dejen que ambos crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha; entonces diré a los trabajadores: Recojan primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, pero el trigo júntenlo en mi granero"".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
16ª Semana. Sábado


LA NUEVA ALIANZA


— La alianza del Sinaí y la Nueva Alianza de Cristo en la Cruz.
— La renovación de la Alianza: la Santa Misa.
— Amar el Sacrificio del altar.


I. Leemos en el libro del Éxodo1 que cuando Moisés bajó del Sinaí dio a conocer al pueblo los mandamientos que había recibido de Dios. Los israelitas se obligaron a cumplirlos y Moisés los puso por escrito. A la mañana siguiente edificaron un altar en la parte más baja de la montaña y alzaron doce piedras, en memoria de las doce tribus de Israel. Inmolaron unas víctimas con cuya sangre ratificaron la Alianza que Yahvé realizaba con su pueblo. Mediante este pacto, los israelitas se comprometían a cumplir los preceptos divinos recibidos por Moisés en el Sinaí, y Yahvé, con amor paternal, velaría por su pueblo, elegido entre todos los pueblos de la tierra. El rito se realizó a través de la sangre, símbolo de la fuente de la vida. Se roció sobre el altar, que representaba a Dios y después de leer Moisés solemnemente y en voz alta el “libro de la Alianza”, roció al pueblo. La aspersión con la sangre expresaba esta unión especial de Yahvé y su pueblo2.

Tan importante es este acontecimiento que ha de ser recordado y renovado en muchas ocasiones3. El pueblo romperá incontables veces el pacto, pero Dios no se cansa de perdonar y de amar; no solo perdona: anuncia por los Profetas, una y otra vez, la nueva Alianza en la que mostrará su infinita misericordia4. Por la Sangre de Cristo, derramada en la Cruz, se sellará el nuevo y definitivo pacto anunciado, que une estrechamente a Dios su nuevo pueblo, la humanidad entera, llamada a formar parte de la Iglesia. El sacrificio del Calvario fue un sacrificio de valor infinito que estableció unas relaciones completamente nuevas e irrevocables de los hombres con Dios.

“¿Deseas descubrir (...) el valor de esta sangre?, pregunta San Juan Crisóstomo. Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma Cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya Jesús, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del Bautismo; sangre, como figura de la Eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro allí el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada”5. Esta riqueza la encontramos cada día en la Santa Misa, donde el cielo parece unirse con la tierra, ante el asombro de los mismos ángeles, y allí nos unimos con Cristo en una intimidad real y verdadera; el antiguo pueblo elegido jamás pudo imaginar algo semejante. “Te suplico, dulcísimo Jesucristo –le decimos al Señor con una antigua oración para la acción de gracias de la Misa–, que tu Pasión sea la virtud que me fortalezca, proteja y defienda; tus llagas sean para mí manjar y bebida con las cuales me alimente, embriague y deleite; la aspersión de tu sangre me purifique de todos mis delitos; tu muerte sea para mí vida permanente, tu Cruz sea mi eterna gloria...”6.

II. Vienen días, palabra de Yahvé, en los que Yo haré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de Judá; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los saqué de la tierra de Egipto...7. En la Última Cena, el Señor anticipó lo que más tarde llevaría a cabo al morir. En aquella acción mostró a sus discípulos lo que quería hacer e hizo en la Cruz: la entrega de su Cuerpo y de su Sangre por todos. La Cena es la anticipación del sacrificio de la Cruz8. Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía9, palabras del Señor que recoge San Pablo en la primera Carta a los Corintios escrita unos veintisiete años después de aquella noche memorable, y que se guardaban en el seno de la Iglesia como un tesoro.

La palabra conmemoración recoge el sentido de la palabra hebrea que se utilizaba para designar la esencia de la fiesta judía, como recuerdo o memorial de la salida de Egipto y de la Alianza hecha por Dios en el Sinaí10. Con estos ritos, los israelitas no solo recordaban un acontecimiento pasado, sino que tenían conciencia de actualizarlo o revivirlo, para participar en él a lo largo de todas las generaciones. Cuando Nuestro Señor manda a los Apóstoles haced esto en conmemoración mía, no les dice simplemente que recuerden aquel momento único de la Cena memorable, sino que renueven su sacrificio del Calvario, que está ya anticipadamente presente en aquella Cena.

Ahora, cada día, en todo el mundo, se renueva esta Alianza siempre que se celebra la Santa Misa.
En cada altar se re-presenta, es decir, se vuelve a hacer presente, de modo misterioso pero real, el mismo sacrificio de Cristo en el Calvario: se realiza en el presente, aquí y ahora, la obra de nuestra Redención que Cristo realizó allí y entonces, como si desapareciesen los veinte siglos que nos separan del Calvario. El carácter de Nueva Alianza del Sacrificio Eucarístico se pone particularmente de manifiesto en el momento de la Consagración11. En esos instantes hemos de expresar, de modo más consciente, nuestra fe y nuestro amor.

Un autor antiguo daba estas recomendaciones al sacerdote que celebra, y que, con la oportuna acomodación, nos pueden ayudar a todos a vivir con más intensidad de fe y de amor ese momento tan grande. Una vez pronunciadas las palabras que hacen presente a Cristo sobre el altar, “penetra con los ojos de la fe en lo que se esconde bajo las especies sacramentales; arrodillándote entonces, mira con los ojos de la fe al ejército de los ángeles que te rodea, y adora con ellos a Cristo con una reverencia tan profunda que humilles tu corazón hasta el abismo. En la elevación, contempla a Cristo elevado en la Cruz, y pídele que traiga a Sí todas las cosas. Haz actos intensísimos de las diversas virtudes, ora unos, ora otros, de fe, de esperanza, de amor, de adoración, de humildad..., diciendo con la mente: “¡Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí! Señor mío y Dios mío. Te amo, Dios mío, y te adoro con todo mi corazón y sentimientos”. Puedes también renovar la intención por la que celebras y ofrecer lo ya consagrado según los cuatro fines. Pero de modo especial, cuando elevas el cáliz, acuérdate con dolor y lágrimas de que la sangre de Cristo fue derramada por ti y de que con frecuencia tú la has despreciado; adórale en compensación por los desprecios pasados”12.

Nuestra fe y nuestro amor han de quedar fortalecidos particularmente en esos momentos de la Consagración.

III. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor13. ¡Con qué amor y reverencia hemos de acercarnos a la Santa Misa! Allí está el manantial sublime de las gracias siempre nuevas, al que deben venir todas las generaciones que van sucediéndose en el tiempo para encontrar la fortaleza en el largo camino hacia la eternidad14. Allí encontramos la gracia, y al Autor mismo de toda gracia15.


Cuando nos preparemos para celebrar o para participar del Santo Sacrificio del altar, hemos de hacerlo de un modo tan intenso y tan activo que estrechamente nos unamos con Jesucristo, Sumo Sacerdote, según lo que nos indica San Pablo: Habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesús en el suyo16, y ofrezcamos el Santo Sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él nos ofrezcamos también nosotros mismos17. Y para cuidar esa íntima unión con Jesucristo en la Santa Misa nos ayudará mucho el esmero en la participación exterior en la Liturgia, que ha de ser consciente, piadosa y activa, con recta disposición de ánimo, poniendo el alma en consonancia con la voz y colaborando con la gracia divina18. Prestaremos delicada atención a los diálogos y a las aclamaciones, haremos actos de fe y de amor en los breves silencios previstos, pediremos a la Santísima Virgen que nos enseñe a estar particularmente vigilantes, con la vigilancia del amor, en el momento de la Consagración, al recibir en nuestra alma a Jesús... No echaremos en olvido el valor de la puntualidad, delicada atención para con el Señor y para con los demás, el modo de vestir, con sencillez pero con la dignidad que tal acción requiere, pues “no ama a Cristo quien no ama la Santa Misa, quien no se esfuerza en vivirla con serenidad y sosiego, con devoción, con cariño. El amor hace a los enamorados finos, delicados; les descubre, para que los cuiden, detalles a veces mínimos, pero que son siempre expresión de un corazón apasionado. De este modo hemos de asistir a la Santa Misa. Por eso he sospechado siempre que, los que quieren oír una Misa corta y atropellada, demuestran con esa actitud poco elegante también, que no han alcanzado a darse cuenta de lo que significa el Sacrificio del altar”19.


La acción de gracias después de la Misa completará esos momentos tan importantes del día, que tendrán una influencia decisiva en el trabajo, en la vida familiar, en la alegría con que tratamos a los demás, en la seguridad y confianza con que vivimos la jornada. La Misa, así vivida, nunca será un acto aislado, sino alimento de nuestras acciones; les dará unas características peculiares, las que corresponden y definen a un hijo de Dios que vive como tal en medio del mundo, corredimiendo con Cristo.


Procuremos encontrar a Nuestra Señora en la Santa Misa, que es como una prolongación del Calvario, donde Ella acompañó a su Hijo en el dolor, ofreciéndose al Padre. Ofrezcamos a Jesús, y nosotros con Él, por medio de Santa María, que de un modo muy particular se halla presente en el Santo Sacrificio: “¡Padre Santo! Por el Corazón Inmaculado de María os ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado, y me ofrezco yo mismo en Él, con Él y por Él a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas”20.

1 Primera lectura. Año I. Ex 24, 3-8. — 2 Cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, vol I, in loc. — 3 Cfr. 2 Sam 7, 13-16, 28, 69; Jos 24, 19-28. — 4 Cfr. Jer 31, 31-34; Ez 16, 60; Is 42, 6. — 5 San Juan Crisóstomo, Catequesis bautismales, III, 19. — 6 Preces selectae, Adamas Verlag, Colonia 1987, p. 20. — 7 Jer 31, 31.— 8 Cfr. M. Schmaus, Teología dogmática, vol. VI p. 244. — 9 1 Cor 11, 25. — 10 Cfr. Sagrada Biblia, Epístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA, Pamplona 1984, nota a 1 Cor 11, 24. — 11 Cfr. B. Orchard y otros, loc. cit. — 12 Card. J. Bona, El sacrificio de la Misa, pp. 145-146. — 13 Salmo responsorial. Año II. Sal 83, 2-3. — 14 Cfr. R. Garrigou-Lagrange Las tres edades de la vida interior, vol. I, p. 131. — 15 Cfr. Pablo VI, Instr. Eucaristicum Mysterium, 25-III-1967, 4. — 16 Cfr. Flp. 2, 5 — 17 Cfr. Pío XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947. — 18 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 48 y 11. — 19 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 92. — 20 P. M. Sulamitis, Ofrenda del Amor Misericordioso, Salamanca 1931.

miércoles, 21 de julio de 2010

Algunos granos dieron el ciento por uno.


VIRTUDES HUMANAS

Algunos granos dieron el ciento por uno

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-9
Gloria a ti, Señor.

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a orillas del lago. Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente se quedaba de pie a la orilla. Y les habló de muchas cosas por medio de parábolas. Decía:
"Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, unas semillas cayeron al borde del camino; vinieron los pájaros y se las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotaron en seguida porque la tierra era poco profunda, pero cuando salió el sol se marchitó la planta y se secó, porque no tenía raíz. Otras cayeron entre la maleza, y cuando la maleza creció las ahogó. Finalmente otras semillas cayeron en tierra buena y dieron fruto; un grano dio cien, otro sesenta, y otro treinta. El que tenga oídos, que oiga".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
16ª Semana. Miércoles

VIRTUDES HUMANAS

— Las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales.
— En Jesucristo tienen su plenitud todas las virtudes.
— Necesidad de las virtudes humanas en el apostolado.


I. El Evangelio de la Misa1 nos enseña cómo la semilla de la gracia cae en terrenos muy diferentes: entre espinos, en el camino endurecido por el paso de las gentes, en medio de un pedregal..., en tierra buena. Dios quiere que seamos esa tierra bien preparada que acoge la semilla y a su tiempo da una crecida cosecha. Las virtudes naturales constituyen en el hombre el terreno bien dispuesto para que, con la ayuda de la gracia, arraiguen y crezcan las sobrenaturales. Muchos que, quizá por ignorancia, viven alejados de Dios, pero han cultivado esas disposiciones nobles y honradas, están bien dispuestos y preparados para recibir la gracia de la fe, porque el comportamiento humano recto compone como el punto de apoyo del edificio sobrenatural.
La vida de la gracia en el cristiano no está superpuesta a la realidad humana, sino que la penetra, la enriquece y la perfecciona. “De este modo se explica que la Iglesia exija a sus santos el ejercicio heroico no solo de las virtudes teologales, sino también de las morales y humanas; y que las personas verdaderamente unidas a Dios por el ejercicio de las virtudes teologales se perfeccionan también desde el punto de vista humano, se afinan en su trato; son leales, afables, corteses, generosas, sinceras, precisamente porque tienen colocados en Dios todos los afectos de su alma”2.
El orden sobrenatural no prescinde del orden natural, ni mucho menos lo destruye: “por el contrario, lo levanta y lo perfecciona, y cada uno de los órdenes presta al otro un auxilio, como un complemento proporcionado a su propia naturaleza y dignidad, puesto que ambos proceden de Dios, que no puede menos de estar de acuerdo consigo mismo”3.
Aunque la gracia puede transformar por sí misma a las personas, lo normal es que requiera las virtudes humanas, pues ¿cómo podría arraigar, por ejemplo, la virtud cardinal de la fortaleza en un cristiano que no se venciera en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que estuviera excesivamente preocupado del calor o del frío, que se dejara llevar habitualmente por los estados de ánimo, que estuviera pendiente de sí mismo y de su comodidad? ¿Cómo podría vivir el optimismo ante las más diversas circunstancias, consecuencia de su vida de fe, si fuera pesimista y malhumorado en su convivencia ordinaria? “No se puede mutilar nada de la esencia ni de las cualidades buenas de la naturaleza humana. Despersonalizarse en aquello que de bueno tiene el hombre –que es mucho– es lo más ruinoso que puede hacer un cristiano. Desarrolla tu naturaleza, tu actividad humana; desarróllala hasta el infinito. Todo lo que empequeñece, lo que contrae y estrecha, lo que nos ata por el miedo, eso no es Cristianismo. Hay que emplear otra palabra que no sea despersonalización para designar la total purificación del pecado y malas inclinaciones que el hombre, con la ayuda de Dios, ha de realizar”4. El Señor nos quiere con una personalidad definida, cada uno la suya, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que hemos puesto por cultivar estos dones personales.
La tierra bien dispuesta –las virtudes naturales– permite que la semilla divina arraigue, crezca y se desarrolle con facilidad, a impulsos de la gracia y de la personal correspondencia. Y, al mismo tiempo, mejora el terreno en el que cayó la buena simiente cuando crece en él la semilla. La vida cristiana perfecciona las condiciones humanas, al darles una finalidad más alta; el hombre es más humano cuanto más cristiano.

II. El Señor quiere que practiquemos todas las virtudes naturales: el optimismo, la generosidad, el orden, la reciedumbre, la alegría, la cordialidad, la sinceridad, la veracidad... En primer lugar, porque debemos imitarle a Él, perfecto Dios y Hombre perfecto. En Él, tienen su plenitud todas las virtudes propias de la persona y, siendo Dios, se manifestó profundamente humano. “Vestía al uso de la época, tomaba los manjares corrientes, se comportaba según las costumbres del lugar, raza y época a que pertenecía. Imponía las manos, ordenaba, se enfadaba, sonreía, lloraba, discutía, se cansaba, sentía sueño y fatiga, hambre y sed, angustia y alegría. Y la unión, la fusión entre lo divino y lo humano era tan total, tan perfecta, que todas sus acciones eran, a la vez, divinas y humanas. Era Dios, y gustaba llamarse Hijo del Hombre”5. Cristo mismo exigió a todos la perfección humana encerrada en la ley natural6, formó a sus discípulos no solo en las virtudes sobrenaturales sino en el comportamiento social, en la sinceridad, en la nobleza7, les instó a que fueran hombres de juicio ponderado8... Él mismo echó de menos la gratitud de unos leprosos a los que había curado9, y las muestras de cortesía y de urbanidad10 propias de gentes educadas. Tanta importancia dio Jesús a las virtudes humanas que llegó a decir a sus discípulos: si no entendéis las cosas de la tierra, ¿cómo entenderéis las celestiales?11.
Si en lo humano procuramos ser sencillos, leales, trabajadores, comprensivos, equilibrados..., estaremos imitando a Cristo, que es también el Modelo en nuestro comportamiento, y nos dispondremos a ser la buena tierra donde las virtudes sobrenaturales echan con facilidad sus raíces. Para eso debemos contemplar muchas veces al Maestro y ver en Él la plenitud de todo lo humano noble y recto. En Jesús tenemos el ideal humano y divino al que nos debemos parecer.

III. El cristiano en medio del mundo es como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como la luz sobre el candelero. Y lo humano es lo primero que se ve; el ejemplo de personas íntegras, leales, honradas, valientes..., es lo que arrastra. Por eso, las virtudes propias de la persona –todas las condiciones naturales buenas– se convierten en instrumento de la gracia para acercar a otros a Dios: el prestigio profesional, la amistad, la sencillez, la cordialidad..., pueden disponer a las almas para oír con atención el mensaje de Cristo. Las virtudes humanas son necesarias en el apostolado, porque si nuestros amigos no ven estas, difícilmente entenderán las sobrenaturales. Si un cristiano no fuera veraz, ¿cómo podrían confiar en él sus amigos? ¿Cómo daríamos a conocer el verdadero rostro de Cristo, si falláramos en lo elemental, en lo humano? Las virtudes humanas han de ser como el monte en el que está puesta la ciudad, como el candelero en el que se coloca la luz de Cristo. Muchos apreciarán la vida sobrenatural cuando la vean hecha realidad en una conducta plenamente humana.
Hemos de dar a conocer que Cristo vive, con la alegría habitual, a través de la serenidad en circunstancias quizá difíciles y penosas, en el trabajo bien acabado, en la sobriedad y la templanza, en una amistad siempre abierta a todos. Una vocación cristiana vivida en su integridad debe informar todos los aspectos de la existencia. Todos aquellos que de alguna manera nos tratan y nos conocen han de percibir, la mayoría de las veces solo por el comportamiento, la alegría de la gracia que late en el corazón. “Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: este es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama”12, porque es generoso con su tiempo, porque no se queja, porque sabe prescindir de lo superfluo...
El mundo que nos rodea está necesitado del testimonio de hombres y mujeres que, llevando a Cristo en su corazón, sean ejemplares. Quizá nunca se ha hablado tanto de los derechos del hombre y de logros humanos. Pocas veces la humanidad ha sido tan consciente de sus propias fuerzas. Pero quizá nunca se han dejado más claramente de lado los valores propios de la persona, que son aquellos que posee en cuanto imagen de Dios.
De los cristianos espera el mundo esta enseñanza fundamental: que todos hemos sido llamados a ser hijos de Dios. Y para alcanzar esta meta, hemos de vivir en primer lugar como hombres y mujeres cabales, desarrollando todos los valores naturales que el Señor nos ha dado. Así, con sencillez, mostramos que, para imitar a Cristo, es necesario ser muy humanos; y que, siendo plenamente humanos, llevamos camino –porque la gracia nunca falta– de ser plenamente hijos de Dios.

1 Mt 13, 1-9. — 2 A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, Palabra, Madrid 1970, p. 30. — 3 Pío XI, Enc. Divini illius Magistri, 31-XII-1929. — 4 J. Urteaga, El valor divino de lo humano, Rialp, 29ª ed., Madrid 1984, p. 61. — 5 F. Suárez, El sacerdote y su ministerio, p. 131. — 6 Mt 5, 21 ss. — 7 Mt 5, 37. — 8 Jn 9, 1-3. — 9 Lc 17, 17-18. — 10 Lc 7, 44-46. — 11 Jn 3, 12. — 12 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 122.

martes, 20 de julio de 2010

LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS

Señalando a sus discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos


† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 12, 46-50
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces: "Oye, allí fuera están tu madre y tus hermanos y quieren hablar contigo".Pero él respondió al que le avisaba:"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?"Y, señalando con la manos a sus discípulos, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre".
Palabra del Señor.Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
16ª Semana. Martes

LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS

— Nuestra unión con Cristo es más fuerte que cualquier vínculo humano. Los lazos que se originan de seguir al Señor en un mismo camino son más estrechos que los de la sangre.
— Debemos tener el necesario desprendimiento e independencia para llevar a cabo la propia vocación.
— María, la Madre de la nueva familia de Jesús, la Iglesia, es también Madre de cada uno de nosotros.

I. El Evangelio de la Misa1 nos muestra a Jesús predicando una vez más. Se halla en una casa tan abarrotada de gente que su Madre y otros parientes no pueden llegar hasta Él, y le envían un recado. Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están fuera intentando hablarte. Y Él, extendiendo las manos hacia sus discípulos, les dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.
En otra ocasión, una mujer del pueblo, al ver las palabras llenas de vida de Jesús, exclamó en una alabanza a María: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Pero el Señor dio la impresión de querer rechazar el requiebro de aquella mujer, y contestó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan2.
El Papa Juan Pablo II relaciona estas dos escenas con aquella respuesta que Jesús dio a María y a José cuando le encontraron en Jerusalén, a la edad de doce años, después de una búsqueda afanosa durante tres días. Allí les dijo Jesús, con un amor sin límites y con una claridad total: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre?3. Desde el comienzo, Jesús estuvo dedicado a las cosas de su Padre. Anunciaba el Reino de Dios y a su paso todas las cosas alcanzaban un sentido nuevo, también el parentesco. “En esta dimensión nueva, un vínculo como el de la “fraternidad” significa también una cosa distinta de la “fraternidad según la carne”, que deriva del origen común de los mismos padres. Y aun la “maternidad” (...) adquiere un significado diverso”4, más profundo y más íntimo.
Nos enseña repetidamente el Señor que por encima de cualquier vínculo y autoridad humana, incluso la familiar, está el deber de cumplir la voluntad de Dios, la propia vocación. Nos dice que seguirle de cerca, en la propia vocación, la que Él ha dado a cada hombre y a cada mujer, nos lleva a compartir su vida hasta tal punto de intimidad que constituye un vínculo más fuerte que el familiar5. Santo Tomás lo explica diciendo que “todo fiel que hace la voluntad del Padre, esto es, que le obedece, es hermano de Cristo, porque es semejante a Aquel que cumplió la voluntad del Padre. Pero, quien no solo obedece, sino que convierte a otros, engendra a Cristo en ellos, y de esta manera llega a ser como la Madre de Cristo”6. Es muy fuerte el vínculo que nace de llevar la misma sangre, pero lo es aún más el que se origina del seguir a Cristo en el mismo camino. No hay ninguna relación humana, por estrecha que sea, que se asemeje a nuestra unión con Jesús y con quienes siguen a Jesús.
II. ¿Quién es mi madre...? “¿Se aleja con esto de la que ha sido su madre según la carne? ¿Quiere tal vez dejarla en la sombra del escondimiento, que ella misma ha elegido? Si así puede parecer por el significado de aquellas palabras, se debe constatar, sin embargo, que la maternidad nueva y distinta, de la que Jesús habla a sus discípulos, concierne concretamente a María de un modo especialísimo”7. Ella es amada por Jesús de modo absolutamente singular a causa del vínculo de la sangre por el que María es su Madre según la carne. Pero Jesús la ama más, y está más estrechamente unido con Ella, por los lazos de la delicada fidelidad de la Virgen a su vocación, al perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre. Por eso la Iglesia nos recuerda que la Santísima Virgen “acogió las palabras con las que su Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente”8.
La propia vocación nos hace querer, humana y sobrenaturalmente, a los padres, a los hijos, a los hermanos. Dios ensancha y afina el corazón, y a la vez nos pide la necesaria independencia y desprendimiento de cualquier atadura, para llevar a cabo lo que Él quiere de cada uno: realizar la propia llamada, que es única e irrepetible, aunque alguna vez, por razones comprensibles, pueda causar dolor a quienes más queremos en la tierra. No podemos olvidar que después de la explicación de Jesús a María y a José, que llevaban tres días buscándole, ellos no comprendieron lo que les dijo9, siendo María la llena de gracia y José justo, metido plenamente en Dios. Más tarde fueron entendiendo más –María en un orden más profundo–, a medida que los acontecimientos de su Hijo se iban desarrollando. No nos tiene que sorprender, por tanto, que a veces nuestros parientes no entiendan.
¡Qué alegría pertenecer con lazos tan fuertes a esta nueva familia de Jesús! ¡Cómo hemos de querer y ayudar a quienes están fuertemente unidos a nosotros por los vínculos de la fe y de la vocación! Entonces entendemos las palabras de la Escritura: Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma10, el hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada. Nada puede contra la caridad y la fraternidad bien vivida. “¡Poder de la caridad! —Vuestra mutua flaqueza es también apoyo que os sostiene derechos en el cumplimiento del deber si vivís vuestra fraternidad bendita: como mutuamente se sostienen, apoyándose, los naipes”11.
III. Todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Quizá la Virgen, desde el lugar en que se encontraba fuera de la casa donde enseñaba su Hijo, oyera estas palabras, o quizá alguien se las repetiría enseguida. Ella bien sabía los lazos profundos que la unían con Aquel a quien iba a ver: vínculos de la naturaleza, y otros, más profundos aún, originados por su perfecta unión con la Trinidad Beatísima. Ella sabía, cada vez de un modo más perfecto, que había sido llamada desde la eternidad para ser la Madre de esta nueva familia que se forma en torno a Jesús. Por medio de la fe correspondió a la llamada que Dios le dirigía para ser Madre de su Hijo y “en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica. Se puede afirmar –enseña el Papa Juan Pablo II– que esta dimensión de la maternidad pertenece a María desde el comienzo, o sea desde el momento de la concepción y del nacimiento del Hijo. Desde entonces era “la que ha creído”. A medida que se esclarecía ante sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo, ella misma como Madre se abría cada vez más a aquella “novedad” de la maternidad, que debía constituir su “papel” junto al Hijo”12.
Más tarde, en el Calvario, se descorrió por completo el velo del misterio de su maternidad espiritual sobre aquellos que a lo largo de los siglos habían de creer en Él: Ahí tienes a tu hijo13, le dijo Jesús señalando a Juan. Y en él estábamos representados todos los hombres. Esa maternidad se extiende de modo particular a todos los bautizados y a quienes están en camino hacia la fe, porque María es Madre de la Iglesia toda14, la gran familia del Señor que se prolonga a través de los tiempos.
Se da una particular correspondencia entre el momento de la Encarnación del Hijo de Dios y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, y “la persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del “nacimiento del Espíritu”. Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace –por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo– presente en el misterio de la Iglesia”15. La presencia de María en la Iglesia es una presencia materna, y lo mismo que en una familia la relación de maternidad y de filiación es única e irrepetible, así nuestra relación con la Madre del Cielo es única y diferente para cada cristiano. Y lo mismo que Juan la acogió en su casa, cada cristiano ha de “entrar en el radio de acción de aquella “caridad materna”“16.
A cada uno nos quiere como si fuera su único hijo, y se desvela por nuestra santidad y por nuestra salvación como si no tuviera otros hijos en la tierra. Muchas veces hemos de llamarla ¡Madre! Y ahora, al terminar este rato de oración, le decimos en la intimidad de nuestra alma: ¡Madre mía!, no me dejes. ¡Tú bien sabes cuánta necesidad tengo de Ti! ¡Ayúdame a estar siempre cerca de tu Hijo!
1 Mt 12, 46-50. — 2 Lc 11, 27-28. — 3 Lc 2, 49. — 4 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-llI-1987, 20. — 5 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Mc 4, 31-35. — 6 Santo Tomás. Comentario sobre el Evangelio de San Mateo, 12, 49-50. — 7 Juan Pablo II, loc. cit. — 8 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58. — 9 Lc 2, 50 — 10 Prov 18, 19. — 11 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 462. — 12 Juan Pablo II, loc. cit. — 13 Jn 19, 26. — 14 Cfr. C. Pozo, María en la obra de la salvación, BAC, Madrid 1974, pp. 61-62.— 15 Juan Pablo II, o. c., 24. — 16 Ibídem, 45.

lunes, 19 de julio de 2010

Nos has enviado, Señor, ...




LA FE Y LOS MILAGROS

La reina del sur se levantará el día del juicio contra esta generación

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 12, 38-42
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, unos escribas y fariseos dijeron a Jesús:
"Maestro, queremos ver una señal hecha por ti".
Jesús respondió:
"Esta generación perversa e infiel reclama una señal, pero no tendrá otra señal que la del profeta Jonás. Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.
Los ninivitas se levantarán en el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia al escuchar la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más importante que Jonás. La reina del Sur se levantará en el juicio contra esta generación y la condenará, porque ella vino del extremo de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más importante que Salomón".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
16ª Semana. Lunes

LA FE Y LOS MILAGROS

— Necesidad de buenas disposiciones para recibir el mensaje de Jesús.
— Querer conocer la verdad.
— Limpiar el corazón para ver claro. Dejarse ayudar en momentos de oscuridad.


I. Leemos en el Evangelio de la Misa1 que se acercaron a Jesús algunos escribas y fariseos para pedirle un nuevo milagro que definitivamente les mostrase que Él era el Mesías esperado; querían que Jesús confirmara con espectáculo lo que predicaba con sencillez. Pero el Señor les contesta anunciando el misterio de su muerte y de su Resurrección, sirviéndose de la figura de Jonás: no se dará otro prodigio que el del Profeta Jonás. Con estas palabras muestra que su Resurrección gloriosa al tercer día (tantos cuantos estuvo el Profeta en el vientre de la ballena) es la prueba decisiva del carácter divino de su Persona, de su misión y de su doctrina2.
Jonás fue enviado a la ciudad de Nínive, y sus habitantes hicieron penitencia por la predicación del Profeta3. Jerusalén, sin embargo, no quiere reconocer a Jesús, de quien Jonás era solo figura e imagen. También nos dice Jesús cómo la reina del mediodía, la reina de Saba, visitó a Salomón4 y quedó maravillada de la sabiduría que Dios había infundido al rey de Israel. Jesús está prefigurado también en Salomón, en quien la tradición veía al hombre sabio por excelencia. El reproche de Jesús cobra más fuerza con el ejemplo de estos paganos convertidos, y termina diciendo: aquí hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón. Ese algo más en realidad es infinitamente más, pero Jesús, quizá pensando en sí mismo y con una cariñosa ironía, prefiere suavizar esa inconmensurable diferencia entre Él y los que lo habían prefigurado, que eran como sombra y signo del que había de venir5.
Jesús no hará en esta ocasión más milagros y no dará más señales. No están dispuestos a creer, y no creerán por muchas palabras que les hable y por muchas señales que les muestre. A pesar del valor apologético que tienen los milagros, si no hay buenas disposiciones, hasta los mayores prodigios pueden ser mal interpretados. Lo que se recibe, ad modum recipientis recipitur: las cosas que se reciben toman la forma del recipiente que las contiene, reza el viejo adagio. San Juan nos dice en su Evangelio que algunos, aunque habían visto muchos milagros, no creían en Él6. El milagro es solo una ayuda a la razón humana para creer, pero si faltan buenas disposiciones, si la mente se llena de prejuicios, solo verá oscuridad, aunque tenga delante la más clara de las luces.
Nosotros pedimos a Jesús en esta oración que nos dé un corazón bueno para verle a Él en medio de nuestros días y de nuestros quehaceres, y una mente sin prejuicios para comprender a nuestros hermanos los hombres, para jamás juzgar mal de ninguno de ellos.

II. Para oír la verdad de Cristo, es necesario escucharle, acercarse a Él con una disposición interna limpia, estar abiertos con sinceridad de corazón a la palabra divina.
Carecían de buenas disposiciones aquellos fariseos que piden al ciego de nacimiento, a quien ha curado Jesús, una nueva explicación del milagro: ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? Y la respuesta del ciego descubre que los prejuicios de aquellos hombres les impiden entender la verdad; quizá oyen, pero no escuchan. Él replicó: os lo he dicho ya y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez?7.
Lo mismo ocurre con Pilato: oye a Jesús estas palabras: He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Entonces le preguntó el procurador romano: ¿Qué es la verdad? Y como no estaba dispuesto a escuchar, dicho esto volvió a salir donde los judíos8. Se vuelve de espaldas, sin dejar tiempo a una respuesta que en el fondo no le interesaba. A Pilato no le interesa la verdad; quiere averiguar el modo de salir de aquel asunto, que le resulta oneroso, incómodo.
Si estamos bien dispuestos, el Señor, por caminos muy diversos, nos dará abundancia y sobreabundancia de señales para seguir fieles en el camino que hemos emprendido. Tendremos la alegría de poder contemplarle en lo que nos rodea: en la naturaleza misma, en la que ha dejado huellas para que le veamos como Creador; en medio del trabajo; en la alegría; en la enfermedad... La historia de cada hombre está llena de señales. Muchas veces, la luz para verle la obtendremos en la intimidad de la oración; otras muchas, en los consejos de la dirección espiritual.
Muchos fariseos no cambiaron, no se convirtieron al Mesías a pesar de tenerle tan cerca y de ser espectadores de muchos de sus milagros, por su falta de buenas disposiciones: su orgullo los dejó ciegos para lo esencial. Incluso llegaron a decir: expulsa a los demonios por arte del príncipe de los demonios9. Muchos hombres se encuentran hoy también como ciegos para lo sobrenatural por su soberbia, por su empeño en no rectificar su juicio cargado de suspicacias, por su apegamiento a las cosas de aquí abajo, por su desmedido deseo de confort y de bienestar, por su hedonismo y sensualidad. “Oí hablar a unos conocidos de sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena de la vida interior...
“—Esta es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá nunca nos falte la antena de lo sobrenatural”10.

III. Aquí hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón. ¡Está el mismo Cristo a nuestro lado! Llama al interior del hombre –a su inteligencia y a su corazón–, no como un extraño, sino como la persona que nos ama, que desea comunicar sus sentimientos y hasta su propia vida, que quiere dar solución divina a aquello que nos preocupa o incluso nos atenaza.
Pero, de la misma manera que en las ondas sonoras se dan interferencias que impiden una buena sintonía, se pueden presentar obstáculos en el campo de la fe. En ocasiones, puede darse la oscuridad en personas que llevan años siguiendo a Cristo y que se quedan, culpablemente o no, desconcertadas y como perdidas, sin ver la alegría y la belleza de la entrega. En esos casos, se hacen precisas unas preguntas hechas con sinceridad en la intimidad del alma: ¿verdaderamente deseo ver?, ¿estoy plenamente dispuesto a querer ver, a afirmar al menos que existe una serie de razones y de sucesos que descubren la presencia de Dios en mi vida?, ¿me dejo ayudar?, ¿expongo mi situación con claridad?, ¿desvelo mi intimidad, sin hacer teorías, sin maquillajes, sin paliativos?
Junto a la soberbia, que es el principal obstáculo, se pueden presentar otras dificultades: el ambiente ávido de confort, que tiende a rechazar de plano lo que suponga sacrificio y cruz, y que puede tender sutiles lazos cargados de razones humanas contrarias a lo que Dios pide en ese momento: un camino lleno de alegría, pero más arduo y empinado que el de un ambiente cargado de hedonismo. Se precisará entonces un esfuerzo, hablar con valentía en la dirección espiritual y luchar decididamente para desprenderse de toda rémora, de pasiones que tiran hacia el polvo de la tierra; es necesario purificar el corazón de amores desordenados para llenarlo del amor verdadero que Cristo ofrece, pues difícilmente podrá apreciar la luz quien tiene la mirada turbia.
La pereza y la comodidad son otros tantos obstáculos que se pueden interponer en el camino hacia Dios. Como todo amor auténtico, la fe y la vocación conllevan entrega de la persona, que al amor nunca le parece suficiente. La pereza y la comodidad tienden a señalar un límite, a defender unos derechos mezquinos, que entorpecen y retrasan la respuesta definitiva para esa fe amorosa.
Alguna vez, el Señor puede ocultarse a nuestra vista, para que le busquemos con más amor, para que crezcamos en humildad, dejándonos llevar por quien Dios ha puesto a nuestro lado para realizar esa misión. Siempre, sin fallar nunca, se acaba descubriendo el rostro amable de Cristo, con más claridad que antes, con más amor.
La palabra fe tiene en su raíz un matiz que viene a significar dejarse llevar por otra persona que es más fuerte que nosotros, confiar en otro que nos presta su ayuda11. Confiamos fundamentalmente en Dios, pero también Él quiere que nos apoyemos en esas personas que ha puesto a nuestro lado para que nos ayuden a ver. Dios da frecuentemente luz a través de otros.
El Señor pasa a nuestro lado con las suficientes referencias para verle y seguirle. El sacramento de la Confesión será, de manera habitual, un medio excelente para ver a Dios con más claridad en nosotros y en quienes nos rodean. Pidamos a la Virgen que nos ayude a purificar la mirada y el corazón para poder interpretar acertadamente los acontecimientos de cada día, descubriendo a Dios en ellos.
Creo, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero, pero haz que espere con más confianza; te amo, pero haz que te ame con más fuego12.

1 Mt 12, 38-42. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc. — 3 Jon 3, 6-9. — 4 1 Rey 10, 1-10. — 5 Cfr. Sagrada Biblia, ibídem. — 6 Jn 12, 37. — 7 Jn 9, 26-27. — 8 Jn 18, 38. — 9 Mt 9, 34 — 10 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 510. — 11 Cfr. J Dhetlly, Diccionario bíblico, Herder, Barcelona 1970, voz FE, p. 445 ss. — 12 Misal Romano, Acción de gracias para después de la Misa: oración del Papa Clemente XI.

domingo, 18 de julio de 2010

Palabra y Vida

“Cuando tienes fe en las personas, les das más vida,
aumentas su autoestima y su salud.
Cuando crees en ti mismo, comunicas mejor lo que eres
y aumenta tu desempeño. Cuando crees en los demás
les ayudas a desplegar sus potencialidades.
Cuando crees en Dios, no hay mal que pueda contigo:
eres capaz de poner amor donde hay odio
y vencer el mal a fuerza de bien.
Cuando tienes esa fe, hasta los enfermos sanan.”

Mc 16, 15-18. Id por todo el mundo (25 enero 2011), comentado por la Hna. Glenda

EL TRABAJO DE MARTA

Marta lo recibió en su casa. María escogió la mejor parte

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42
Gloria a ti, Señor.


En aquel tiempo entró Jesús en un poblado, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Ella tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Entre tanto, Marta se afanaba en diversos quehaceres; hasta que se paró y dijo:
"Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude".
El Señor le respondió:
"Marta, Marta: muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria.
María escogió la mejor parte y nadie se la quitará".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
Décimo sexto Domingo ciclo c

EL TRABAJO DE MARTA


— En Betania recibían y atendían bien al Señor. Amistad con Jesús.
— Trabajar sabiendo que el Señor está junto a nosotros. Presencia de Dios en el trabajo.
— Trabajo y oración.

I. Señor, si he hallado gracia a tus ojos, no pases de largo junto a tu siervo; traeré un poco de agua, y lavaréis vuestros pies, y reposaréis debajo del árbol; después seguiréis adelante, pues habéis pasado junto a vuestro siervo1. Son las palabras que Abrahán dirigió a Yahvé cuando se le apareció, como peregrino, en el encinar de Mambré, a la hora del calor. Abrahán le dio de comer y le dispensó una buena acogida. Nunca olvidó Dios estas muestras de hospitalidad de Abrahán.

El Evangelio de la Misa narra la llegada de Jesús con sus discípulos a casa de unos amigos en Betania2: Marta, María y Lázaro. Por este lloró un día el Señor3 al enterarse de su muerte, y luego lo resucitó. Jesús va de paso hacia Jerusalén y se detiene en Betania, que está a unos tres kilómetros antes de llegar a la ciudad. En casa de aquellos hermanos, a quienes Jesús ama entrañablemente, recaló con sus discípulos para descansar después de una larga jornada; allí, entre aquellos amigos, se encuentra el Señor a gusto. Le tratan bien, y siempre es recibido con alegría y afecto. Así hemos de tratar y de acoger nosotros a Jesús, que está en el Sagrario de las iglesias. No tenemos otro amigo mejor ni más fiel. No existe persona alguna a la que debamos tratar con mayor delicadeza y confianza.

En este clima de amistad, las hermanas se desenvuelven con naturalidad y sencillez, y muestran actitudes diversas. Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa; parece la mayor (San Lucas dice: una mujer llamada Marta le recibió en su casa), y es la que se ocupa con todo esmero de atender al Señor y a los que le acompañan; el trabajo debía de ser abundante. Atender a un grupo tan numeroso, sobre todo si se presentaron de improviso, no era tarea fácil. Y Marta deseaba hacer un recibimiento adecuado al Señor, y se ocupaba con eficacia en preparar lo conveniente. Sabemos que, en un momento determinado, pierde la paz y se agobia, porque le falta la inicial rectitud de intención. María, en cambio, estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra, desentendida de los preparativos de la comida. “Marta, en su empeño por prepararle al Señor de comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María, su hermana, prefirió que le diese de comer a ella el Señor. Se olvidó de su hermana y se sentó a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su palabra”4. Nosotros, con la ayuda de la gracia, tenemos que aprender la armonía de la vida cristiana, que se manifiesta en la unidad de vida –unir Marta y María– de forma que el amor a Dios, la santidad personal, sea inseparable del afán apostólico y se manifieste en la rectitud de nuestro trabajo.


II. La hermana mayor se dirige a Jesús con gran confianza y cierto tono de queja: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude.

Durante muchos siglos se ha querido presentar a estas dos hermanas como dos modelos de vida contrapuestos: en María se ha querido representar la contemplación, la vida de unión con Dios; en Marta, la vida activa de trabajo, “pero la vida contemplativa no consiste en estar a los pies de Jesús sin hacer nada: esto sería un desorden, si no pura y simple poltronería”5. En el trabajo, en el quehacer de cada uno, es precisamente el lugar donde encontramos a Dios, “el quicio sobre el que se fundamenta y gira nuestra llamada a la santidad”6, donde amamos a Dios mediante el ejercicio de las virtudes humanas y de las sobrenaturales. Sin un trabajo serio, hecho a conciencia, con prestigio, sería muy difícil –quizá imposible– que pudiéramos tener una vida interior honda y ejercer un apostolado eficaz en medio del mundo.

Durante mucho tiempo y con demasiado énfasis se ha insistido en las dificultades que las ocupaciones terrenas, seculares, pueden representar para la vida de oración. Sin embargo, es ahí, en medio de esos trabajos y a través de ellos, no a pesar de ellos, donde Dios nos llama a la mayoría de los cristianos para santificar el mundo y santificarnos nosotros en él, con una vida llena de oración que vivifique y dé sentido a esas tareas7. Fue esta una predicación continua del Fundador del Opus que enseñó a miles de personas a encontrar a Dios a través de su quehacer diario. En cierta ocasión, dirigiéndose a un numeroso grupo de personas, les decía: “Debéis comprender ahora –con una nueva claridad– que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir (...).

“No hay otro camino (...): o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo”8. Poner el amor de María mientras se lleva a cabo el trabajo de Marta.

Jesús responde a esta mujer en tono familiar: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.

Es como si le dijera: Marta, estás ocupada en muchos menesteres, pero te estás olvidando de Mí; estás desbordada por muchas tareas necesarias, pero estás descuidando lo esencial: la unión con Dios, la santidad personal. Esa inquietud, ese ajetreo, no pueden ser buenos cuando te hacen perder la presencia de Dios mientras trabajas; aunque el trabajo en sí es bueno y necesario.

Jesús no hace una valoración de toda la actitud de Marta, ni tampoco de todo el comportamiento de María. Cambia con hondura la cuestión y apunta a algo más esencial: a la actitud interna de Marta; tan metida está en el trabajo y anda tan preocupada por él, que se llega casi a olvidar de lo más importante: la presencia de Cristo en aquella casa. ¡Cuántas veces nos podría hacer el Señor el mismo cariñoso reproche! Afanes, trabajos necesarios, que no pueden justificar nunca el olvido de Jesús presente en nuestras tareas, aun las más santas, pues, como se ha dicho, no podemos dejar a un lado al “Señor de las cosas” por “las cosas del Señor”; no se puede relativizar la importancia de la oración con la excusa de que quizá estemos trabajando en tareas apostólicas, de formación, de caridad, etc.9.


III. Debemos tener tal unidad de vida que el mismo trabajo nos lleve a estar en presencia de Dios y, a la vez, los ratos expresamente dedicados a hablar con el Señor nos ayuden a trabajar mejor, pues “entre las ocupaciones temporales y la vida espiritual, entre el trabajo y la oración, no puede existir solo un “armisticio” más o menos conseguido; tiene que darse plena unión, fusión sin residuo. El trabajo alimenta a la oración y la oración “embebe” el trabajo. Y esto hasta el punto de que el trabajo en sí mismo, en cuanto servicio hecho al hombre y a la sociedad –y, por tanto, con las más claras exigencias de profesionalidad– , se convierte en oración agradable a Dios”10.

Para lograr la presencia del Señor mientras trabajamos tendremos que recurrir a industrias humanas, cosas que nos recuerden que nuestro trabajo es para Dios y que Él está cerca de nosotros, contemplando nuestras obras; es un testigo de excepción de nuestra actividad. Muchas veces nos ayudará la consideración de que está muy cerca, quizá a pocas decenas o a unos centenares de metros, en un oratorio o en la iglesia más cercana. “Ahí, desde ese lugar de trabajo, haz que tu corazón se escape al Señor, junto al Sagrario, para decirle, sin hacer cosas raras: Jesús mío, te amo.


“—No tengas miedo a llamarle así –Jesús mío– y de repetírselo a menudo”11.


Todas las ocupaciones, hechas con rectitud de intención, pueden ser el lugar donde cada día vivamos la caridad, la mortificación, el espíritu de servicio a los demás, la alegría y el optimismo, la comprensión, la cordialidad, el apostolado de amistad... Es el medio, en definitiva, con el que nos santificamos. Y esto es verdaderamente lo que importa: encontrar a Jesús en medio de esos diarios quehaceres, no olvidar en momento alguno “al Señor de las cosas”; menos aún cuando esos quehaceres hacen referencia más directa a Él, pues, de lo contrario, quizá terminaríamos llevándolos a cabo por nosotros mismos, buscando en ellos solamente la realización personal o la mera satisfacción de un deber cumplido, dejando a un lado la rectitud de intención, olvidando al Maestro.


Le pedimos a la Virgen, al terminar la oración, tener el espíritu de trabajo de Marta y la presencia de Dios de María mientras, sentada a los pies de Jesús, escuchaba embebida sus palabras.

1 Primera lectura. Gen 18, 1-5. — 2 Lc 10, 38-42. — 3 Jn 11, 35. — 4 San Agustín, Sermón 103, 3. — 5 A. del Portillo, Homilía 20-VII-1986, en Romana, Año II, n. 3, p. 268. — 6 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 62. — 7 Cfr. J. L. Illanes, La santificación del trabajo, Palabra, 9ª ed, Madrid 1981, p.106 ss. — 8 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, Rialp, 14ª ed., Madrid 1985, n. 114. — 9 Cfr. Juan Pablo II, Alocución 20-Vl-l986. — 10 A. del Portillo, Trabajo y oración, en Revista Palabra, mayo 1986, p. 30. — 11 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 746.

sábado, 17 de julio de 2010

NO QUEBRARÁ LA CAÑA CASCADA

Les mandó que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 12, 14-21
Gloria a ti, Señor.


En aquel tiempo, los fariseos, al salir, se pusieron a planear el modo de acabar con Jesús. Jesús lo supo y se alejó de allí. Lo siguieron muchos y los sanó a todos, advirtiéndoles que no dijeran que había sido él. Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías:
Este es mi siervo, a quién elegí; mi amado en quien me complazco; derramaré mi espíritu sobre él, y anunciará el derecho de las naciones. No discutirá ni gritará; no se oirá en las plazas su voz. No romperá la caña resquebrajada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga triunfar la justicia. En él pondrán las naciones su esperanza.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús

† Meditación diaria
15ª Semana. Sábado

NO QUEBRARÁ LA CAÑA CASCADA


Mansedumbre y misericordia de Cristo.
— Jesús no da a nadie por perdido. Nos ayuda aunque hayamos pecado.
— Nuestro comportamiento hacia los demás ha de estar lleno de compasión, de comprensión y de misericordia.



I. El Evangelio de la Misa nos muestra a Jesús alejándose de los fariseos, pues estos tuvieron consejo para ver cómo perderle. Aunque se retiró a un lugar más seguro –quizá en Galilea1–, le siguieron muchos y los curó a todos, y les ordenó que no le descubriesen2. Es esta la ocasión en la que San Mateo, movido por el Espíritu Santo, señala el cumplimiento de la profecía de Isaías3 sobre el Siervo de Yahvé, en la que se prefigura con rasgos muy definidos al Mesías, a Jesús: He aquí a mi Siervo a quien elegí, mi amado en quien se complace mi alma. Pondré mi espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No disputará ni vociferará, nadie oirá sus gritos en las plazas. No quebrará la caña cascada, no apagará la mecha humeante...


El Mesías había sido profetizado por Isaías, no como un rey conquistador, sino sirviendo y curando. Su misión será caracterizada por la mansedumbre, la fidelidad y la misericordia. El Evangelista señala que esta profecía se estaba cumpliendo4. Por medio de dos imágenes bellísimas describe Isaías la mansedumbre, dulzura y misericordia del Mesías. La caña cascada, la mecha humeante, representan toda clase de miserias, dolencias y penalidades a que está sujeta la humanidad. No terminará de romper la caña ya cascada; al contrario, se inclina sobre ella, la endereza con sumo cuidado y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Tampoco apagará la mecha de una lámpara que parece que se extingue, sino que empleará todos los medios para que vuelva a iluminar con luz clara y radiante. Esta es la actitud de Jesús ante los hombres.


En la vida corriente a veces decimos de un enfermo que su dolencia “no tiene remedio”, y se da por imposible su curación. En la vida espiritual no es así: Jesús es el Médico que nunca da como irremediablemente perdidos a quienes han enfermado del alma. A ninguno juzga irrecuperable. El hombre más endurecido en el pecado, el que ha caído más veces y en faltas más grandes nunca es abandonado por el Maestro. También para él tiene la medicina que cura. En cada hombre Él sabe ver la capacidad de conversión que existe siempre en el alma. Su paciencia y su amor no dan a ninguno por perdido. ¿Lo vamos a dar nosotros? Y si, por desgracia, alguna vez nos encontráramos en esa triste situación, ¿vamos a desconfiar de quien ha dicho de Sí mismo que ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido?


Como caña cascada fue María Magdalena, y el buen ladrón, y la mujer adúltera... A Pedro, deshecho por las negaciones de su más triste noche, lo restaura, y ni siquiera le hace prometer el Señor que no volvería a negarlo. Solamente le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Es la pregunta que nos hace a todos, cuando no hemos sido del todo fieles. ¿Me amas? Cada Confesión es también, y sobre todo, un acto de amor. Pensemos hoy cómo es nuestro amor, cómo respondemos a esa pregunta que nos hace el Señor.


II. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea...
La misericordia de Jesús por los hombres no decayó ni un instante, a pesar de las ingratitudes, las contradicciones y los odios que encontró. El amor de Cristo por los hombres es profundo, porque, en primer lugar, se preocupa del alma, para conducirla, con ayudas eficaces, a la vida eterna; y, al mismo tiempo, es universal, inmenso, y se extiende a todos. Él es el Buen Pastor de todas las almas, a todas las conoce y las llama por su nombre5. No deja a ninguna perdida en el monte. Ha dado su vida por cada hombre, por cada mujer. Su actitud cuando alguno se aleja es darle las ayudas para que vuelva, y todos los días sale a ver si lo divisa en la lejanía. Y si alguno le ha ofendido más, trata de atraerle a su Corazón misericordioso. No quiebra la caña cascada, no termina de romperla y la abandona, sino que la recompone con tanto más cuidado cuanto mayor sea su debilidad.

¿Qué dice a quienes están rotos por el pecado, a quien ya no da luz porque apagó la llama divina en su alma? Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré6. “Tiene piedad de la gran miseria a la que les ha conducido el pecado; les lleva al arrepentimiento sin juzgarles con severidad. Él es el padre del hijo pródigo que abraza al hijo desgraciado por su falta; Él mismo perdona a la mujer adúltera a la que se disponen a lapidar; recibe a la Magdalena arrepentida y le abre enseguida el misterio de su vida íntima; habla de la vida eterna a la Samaritana a pesar de su mala conducta; promete el Cielo al buen ladrón. Verdaderamente en Él se realizan las palabras de Isaías: La caña cascada no la quebrará; ni apagará el pabilo que aún humea”7.

Nunca nadie nos amó ni nos amará como Cristo. Nadie nos comprenderá mejor. Cuando los fieles de Corinto andaban divididos diciendo unos: “yo soy de Pablo”, y otros: “yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo”, San Pablo les escribe: ¿Ha sido Pablo crucificado por vosotros?8. Es el argumento supremo.

No podemos desesperar nunca... Dios quiere que seamos santos, y pone su poder y su providencia al servicio de su misericordia. Por eso, no debemos dejar pasar el tiempo mirando nuestra miseria, perdiendo de vista a Dios, dejándonos descorazonar por nuestros defectos, tentados de exclamar “¿para qué continuar luchando, considerando todo lo que he pecado, todo lo que he fallado al Señor?”. No, nosotros debemos confiar en el amor y en el poder de nuestro Padre Dios, y en el de su Hijo, enviado al mundo para redimirnos y fortalecernos9.

¡Qué gran bien para nuestra alma sentirnos hoy delante del Señor como una caña cascada que necesita de muchos cuidados, como el pabilo que tiene una débil llama y que precisa del aceite del amor divino para que luzca como el Señor quiere! No perdamos nunca la esperanza si nos vemos débiles, con defectos, con miserias. El Señor no nos deja; basta que pongamos los medios y que no rechacemos la mano que Él nos tiende.

III. Esta mansedumbre y misericordia de Jesús por los débiles señalan el camino a seguir para llevar a nuestros amigos hasta Él, pues en su nombre pondrán su esperanza las naciones10. Cristo es la esperanza salvadora del mundo.

No podemos extrañarnos de la ignorancia, de los errores, de la dureza y resistencia que tantos ponen en su camino hacia Dios. El aprecio sincero por todos, la comprensión y la paciencia deben ser nuestra actitud ante ellos. Pues “rompe la caña cascada aquel que no da la mano al pecador ni lleva la carga de su hermano; y apaga la torcida que humea aquel que desprecia en los que aún creen un poco la pequeña centella de la fe”11.

Nuestros amigos, quienes se crucen con nosotros por circunstancias diversas, han de encontrar en la amistad o en nuestra actitud un firme apoyo para su fe. Por eso, hemos de acercarnos a su debilidad: para que se torne fortaleza; debemos verlos con ojos de misericordia, como los mira Cristo; con comprensión, con un aprecio verdadero, aceptando el claroscuro que forman sus miserias y sus grandezas. Por un lado, hemos de tener presente que “servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos (...). Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos”12. Por otro lado, “no diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien (cfr. Rom 12, 21). Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean”13.

Los frutos de esta doble actitud de comprensión y fortaleza son tan grandes –para uno mismo y para los demás– que bien vale la pena el esfuerzo por ver almas en quienes tratamos a diario; en verles tan necesitados como los veía el Señor.

No es suficiente apreciar –afirma un autor de nuestros días14– a los hombres brillantes porque son brillantes, a los buenos porque son buenos. Debemos apreciar a todo hombre porque es hombre, a todo hombre, al débil, al ignorante, al que carece de educación, al más oscuro. Y esto no lo podremos hacer a menos que nuestra concepción de lo que es el hombre lo haga objeto de estima. El cristiano sabe que todo hombre es imagen de Dios, que tiene un espíritu inmortal y que Cristo murió por él. La frecuente consideración de esta verdad nos ayudará a no separarnos de los demás, sobre todo cuando los defectos, las faltas de educación, su mal comportamiento se hagan más evidentes. Imitando al Señor, nunca romperemos una caña cascada. Como el buen samaritano de la parábola, nos acercaremos al herido y vendaremos sus heridas, y aliviaremos su dolor con el bálsamo de nuestra caridad. Y un día oiremos de labios del Señor estas dulces palabras: lo que hiciste con uno de estos, por Mí lo hiciste15.

Nadie como María conoce el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido, la llamamos también Madre de la misericordia... Madre de la divina misericordia16: a Ella acudimos al terminar nuestra meditación, seguros de que nos conduce siempre a Jesús y nos impulsa a ser, como su Hijo, comprensivos y misericordiosos.

1 Cfr. Mc 3, 7. — 2 Mt 12, 15-16. — 3 Is 42, 1-4. — 4 Cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, vol. II, pp. 462-463. — 5 Mt 11, 5. — 6 Mt 11, 28. — 7 R. Garrigou-Lagrange, El Salvador, p. 322. — 8 1 Cor 1, 3. — 9 Cfr. B. Perquin, Abba, Padre, p. 89. — 10 Mt 12, 21. — 11 San Jerónimo, en Catena Aurea, vol. II, p. 166. — 12 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 182. — 13 Ibídem. — 14 Cfr. J. Sheed, Sociedad y sensatez, Herder, Barcelona 1963, pp. 37-38. — 15 Cfr. Mt 25, 40. — 16 Cfr. Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, 9.

martes, 13 de julio de 2010

DOLOR DE LOS PECADOS

El día del juicio será menos riguroso para Tiro, Sidón y Sodoma que para otras ciudades

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 20-24
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
"¡Hay de ti, Corozaín! ¡Hay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en ustedes, hace tiempo que, vestidas de penitencia y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido. Por eso les digo que el día del juicio será más tolerable para Tiro y Sidón que para ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿te elevarás hasta el cielo? ¡Hasta el abismo te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, hoy seguiría en pie. Por eso les digo que el día del juicio será más llevadero para Sodoma que para ti".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


† Meditación diaria
15ª Semana. Martes

DOLOR DE LOS PECADOS

— A pesar de los muchos milagros que el Señor realizó en ellas, algunas ciudades no hicieron penitencia. También Jesús pasa a nuestro lado.
— Frutos que produce la contrición en el alma.
— Pedir el don de la contrición. Obras de penitencia.

I. Al abandonar Nazaret, Jesús escogió Cafarnaún como lugar de residencia. A veces en el Evangelio se le llama su ciudad. Desde allí irradió su predicación a Galilea y a toda Palestina. Es posible que Jesús se hospedara en casa de Pedro y que hiciese de ella el centro de sus salidas apostólicas por toda la región. Es muy probable que no exista otro sitio en el que Jesús hiciera tantos milagros como en esta población.

En la orilla norte del lago de Genesaret, no lejos de Cafarnaún, estaban situadas dos florecientes ciudades en las que Jesús también realizó muchísimos milagros. A pesar de tantos signos, de tantas bendiciones, de tanta misericordia, las gentes de estos lugares no se convirtieron al paso de Jesús. El Evangelio de la Misa menciona las fuertes palabras del Señor a estas ciudades que no quisieron hacer penitencia ni arrepentirse de sus pecados1: ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia... Y tú, Cafarnaún, ¿te vas a alzar hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que se han obrado en ti, subsistiría hasta hoy.

¡Tantas gracias y tantos milagros! Y, sin embargo, muchos habitantes de aquellas comarcas no cambiaron, no se arrepintieron de sus pecados. Incluso se rebelaron contra el Señor: Dirumpamus vincula eorum, et proiciamus a nobis iugum ipsorum2: rompamos los mandatos del Señor, rechacemos su dulce yugo. Estas palabras del Salmo II, ¡se han repetido ya en tantas ocasiones...!

Jesús pasa a nuestro lado y derrama su gracia y su misericordia. ¡Tantas veces! Son incontables los momentos y situaciones en los que el Señor se ha parado a nuestro lado para curarnos, para bendecirnos, para alentarnos en el bien. Muchas atenciones hemos recibido de parte del Señor. Y espera de nosotros correspondencia, arrepentimiento sincero de nuestras faltas, aborrecer el pecado venial deliberado, todo aquello que de alguna manera nos separa de Él, porque la gracia derramada ha sido mucha. Él nos oye siempre, pero de modo muy particular cuando acudimos con deseos de cambiar, de recuperar el camino perdido, de empezar de nuevo con un corazón contrito y humillado3. Debe ser esta una actitud habitual porque han sido muchas las ocasiones en las que, conscientes o no, hemos rechazado su gracia, porque la ofensa es mayor cuanto mayores han sido las muestras del amor de Dios en nuestra vida. ¿Quién es tan ciego para no ver a Cristo que se nos hace el encontradizo una y otra vez?

II. No despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado. La palabra contrición quiere decir rompimiento -como cuando una piedra se rompe y se hace añicos-, y se da este nombre al dolor de las faltas y pecados para significar que el corazón endurecido por el pecado en cierta manera se despedaza por el dolor de haber ofendido a Dios4. También en el lenguaje corriente solemos decir “se me partió el corazón”, para expresar nuestra reacción ante una gran desgracia que ha conmovido lo más íntimo de nuestro ser. Algo parecido ha de ocurrirnos al contemplar los propios pecados delante de la santidad de Dios y del amor que Él nos tiene. No es tanto el sentimiento de fracaso que todo pecado produce en un alma que sigue a Dios, como el pesar de habernos separado –aunque sea un poco– del Señor. Ese dolor de los pecados o contrición consiste esencialmente en un pesar y en una sincera detestación de la ofensa hecha a Dios, un pesar y aborrecimiento del pecado cometido, con el propósito de no pecar en adelante5; es una conversión hacia lo bueno, que hace irrumpir en nosotros una nueva vida6.

Es el amor, sobre todo, el que debe llevarnos a pedir perdón muchas veces a Dios, pues son incontables los momentos en los que no correspondemos como debiéramos a las gracias que recibimos. “Acordóse el amigo de sus pecados, y por temor del infierno quiso llorar y no pudo. Pidió lágrimas al amor y la Sabiduría le respondió que más frecuente y fuertemente llorase por amor de su Amado que por temor de las penas del infierno, puesto que le agradan más los llantos que son por amor que las lágrimas que se derraman por temor”7. Es el amor el que debe conducirnos a la Confesión.

La contrición da al alma una particular fortaleza, devuelve la esperanza, la paz y la alegría, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se entregue al Señor con más delicadeza y finura interior. Para acercarnos a Dios con un corazón contrito, es necesario reconocer las faltas y los pecados, sin excusarlos con falsas razones, sin extrañarse y sobresaltarse porque aparezcan defectos o errores que creíamos ya superados. Si se achacara al ambiente exterior o a otras circunstancias la causa de nuestras flaquezas, el alma se apartaría del camino de la humildad y no llegaría a Dios, tan cercano precisamente cuando nosotros nos hemos alejado. En el examen diario de conciencia debemos ver nuestras faltas más como ofensa a Dios que como miseria propia. Si no relacionamos nuestras faltas y caídas con el amor a Dios, es fácil que tendamos a excusarlas; entonces, no encontraremos motivos para mantener esa actitud habitual de contrición, de arrepentimiento y de reparación por los pecados. Nunca estamos “en regla” con Dios; somos, por el contrario, aquel deudor que no tenía con qué pagar8; siempre estamos necesitados de acudir a su infinita misericordia. Ten piedad de mí, Señor, que soy un hombre pecador9, le decimos con las palabras de aquel que, lleno de humildad, conocía bien la realidad de su alma delante de la santidad de Dios.

Tampoco podemos reaccionar ante nuestras faltas, defectos y pecados aceptándolos como algo inevitable, casi natural, “pactando con ellos”, sino pidiendo perdón, recomenzando muchas veces. Le diremos al Señor: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros10. Y el Señor, “que está cerca de los que tienen el corazón contrito”11, escuchará siempre nuestra oración.

Jesús pasa una y otra vez por nuestras vidas, como por aquellas ciudades de Galilea, y nos invita a salir a su encuentro, dejando nuestros pecados. No retrasemos esa conversión llena de amor. Nunc coepi: ahora comienzo, una vez más, con Tu ayuda, Señor.

III. ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti Betsaida!... El Señor pronunciaría estas palabras con pena, al ver que en sus habitantes no calaba la gracia derramada a manos llenas. Le seguían unos días, daban muestras de admiración ante una curación, se mostraban complacientes..., pero en el fondo de su alma seguían lejos de Cristo.

Nosotros hemos de pedir al Espíritu Santo el don inefable de la contrición. Hemos de esforzarnos en hacer muchos actos de ese dolor de amor, y de modo particular cuando hemos ofendido al Señor en algo más importante, siempre que nos acercamos a la Confesión, a la hora del examen de conciencia y también durante el día. Nos será de gran provecho hacer o meditar el Vía Crucis y meditar o leer la Pasión del Señor..., y no cansarnos jamás de considerar el infinito amor que Jesús nos tiene y la afrenta y el desamor que significa el pecado.

El dolor sincero de los pecados no lleva consigo necesariamente un dolor emocional. Lo mismo que el amor, el dolor es un acto de la voluntad, no un sentimiento. Del mismo modo que se puede amar a Dios sin experimentar conmociones sensibles, se puede tener un dolor profundo de los pecados sin una reacción emotiva. Pero se mostrará en el alejamiento de toda ocasión de ofender al Señor y en obras concretas de penitencia por las veces en que no fuimos fieles a la gracia. Estas obras nos ayudan a expiar las penas que hemos merecido por nuestras culpas, a vencer las malas inclinaciones y a fortalecernos en el bien.

¿Con qué obras de penitencia podremos agradar al Señor?: oraciones, ayunos y limosnas, pequeñas mortificaciones, llevar con paciencia las penas y contrariedades, y aceptar bien dispuestos las cargas de la propia profesión, la fatiga que el trabajo lleva consigo. Particular atención y amor pondremos en recibir la gracia de la Confesión, acercándonos bien dispuestos, arrepentidos sinceramente de las faltas y pecados. “Dirígete a la Virgen, y pídele que te haga el regalo –prueba de su cariño por ti– de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor.

“Y, con esa disposición, atrévete a añadir: Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano..., y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.

“Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús”12.

1 Mt 11, 20-24. — 2 Sal 2, 3. — 3 Sal 50, 19. — 4 Cfr. Catecismo de San Pío X, n. 684-685. — 5 Cfr. Conc. de Trento, Sesión XIV, cap. 4. Dz. 987. — 6 Cfr. M. Schmaus, Teología dogmática, vol. VI, Los Sacramentos, p. 562. — 7 R. Llull, Libro del Amigo y del Amado, 341. — 8 Cfr. Mt 18, 25. — 9 Lc 5, 8. — 10 Lc 15, 18-19. — 11 San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan,15, 25. — 12 San Josemaría Escrivá, Forja, n.161.