[Jn 14,23-29]
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra»
El Evangelio de este VI Domingo de Pascua, como el
del Domingo pasado, también está tomado de las palabras de despedida de Jesús,
pronunciadas durante la última cena con sus discípulos. De aquí se puede
deducir su importancia; son las últimas recomendaciones de Jesús y la promesa
de su asistencia futura. Jesús había anunciado su partida en estos términos: «Hijitos
míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros... adonde yo voy vosotros no
podéis venir» (ver Jn 13,33). Como era de esperar, los discípulos se han
quedado sumidos en la tristeza, y también en el temor. ¿Quién velará ahora por
ellos? Ellos han creído en Jesús, pero ¿quién los sostendrá en esta fe, que los
había puesto en contraste con la sinagoga judía? Por eso, junto con anunciar su
partida inminente, Jesús asegura a sus discípulos que volverá a ellos: «Me
voy y volveré a vosotros». Y no vendrá Él sólo, sino el Padre con Él; y no
sólo en una presencia externa, como había estado Él con sus discípulos hasta
entonces, sino que establecerán su morada en el corazón de los discípulos.
Para esto, sin embargo, hay una condición que cumplir:
«guardar su Palabra». Esa «Palabra» es el don magnífico que trajo
Jesús al mundo y la herencia que le dejó después de su vuelta al Padre. Han
pasado más de veinte siglos y en todo este tiempo el empeño constante de los
discípulos de Cristo ha consistido precisamente en «guardar su Palabra» con
la mayor fidelidad posible. Este es también nuestro empeño hoy. ¿Qué se
consigue con todo esto? Como dijimos, esta es la condición para que Jesús
venga a sus discípulos: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi
Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él». Pero, ¿cómo
hacerlo? El detonante es el amor a Jesús. Sin esto no hay nada. Porque lo amamos
a Él y anhelamos su presencia, y la del Padre, en nuestro corazón, por eso,
guardamos su Palabra. Entendemos entonces cuando Jesús nos dice que «mi
yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 30).
Solamente amando a Jesús podremos vivir de acuerdo a
su Palabra. «Todo lo duro que puede haber en los mandamientos lo hace
llevadero el amor… ¿Qué no hace el amor? Ved cómo trabajan los que aman; no
sienten lo que padecen, redoblando sus esfuerzos a tenor de sus dificultades»
(San Agustín, Sermón 96). Para más claridad Jesús agrega: «El que no me
ama, no guarda mis palabras». Éste vive ajeno a Jesús y al Padre, dejándose
arrastrar -y esclavizar- por los criterios y concupiscencias del mundo. El
único signo inequívoco de que alguien ama a Jesús verdaderamente es que atesore
en su corazón la palabra de Jesús y viva conforme a ella como nuestra querida
Madre María siempre lo hizo «su madre conservaba cuidadosamente todas las
cosas en su corazón» (Lc 2,52). Esto quiere decir «guardar su palabra».
Dada su importancia, Jesús se detiene a explicar un
poco más la expresión «guardar su Palabra». Obviamente Jesús no se
refiere a una preocupación arqueológica, como si se tratara de conservar
cuidadosamente los códices en que están escritos los Evangelios. Jesús no está
hablando de algo material. Por eso agrega: «La Palabra que escucháis no es
mía, sino del Padre que me ha enviado». Aquí está expresado un salto
inmenso de fe: los discípulos escuchan hablar a Jesús, pero deben creer que
esas palabras que él pronuncia son Palabra de Dios, y que de Dios proceden. En
diversas ocasiones Jesús repite esta verdad: «Yo no hago nada por mi propia
cuenta, sino que lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo... lo que
yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí» (Jn 8,28; 12,50).
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