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Canal Diocesano - Popular TV

Radio Santa María de Toledo "PAN DE VIDA"

Pueden escuchar el programa de radio "Pan de Vida" del Arzobispado de Toledo, España. Programa dedicado a fomentar la Adoración Eucaristica perpetua en la Diócesis de Toledo desde que se inició en el año 2005. Lo interesante de este programa es que durante la primera media hora son testimonios de personas que participan en la adoración y cómo les ha cambiado la vida. En la segunda parte D. Jesús, sacerdote y rector de la Capilla, aclara dudas que le surge a la gente, con sencillez y fiel a la doctrina. El Horario (ESPAÑA) Jueves 20 a 21 horas-- Viernes 1 a 2 horas-- Sábado 0 a 1 horas-- Domingo 9 a 10 horas

lunes, 22 de febrero de 2010

EXISTENCIA Y ACTUACIÓN DEL DIABLO


Cuaresma. 1ª semana. Lunes

EXISTENCIA Y ACTUACIÓN DEL DIABLO

— El diablo existe y actúa en las personas y en la sociedad. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz.
— Quién es el demonio. Su poder es limitado. Necesidad de la ayuda divina para vencer.
— Jesucristo es el vencedor del demonio. Confianza en Él. Medios que hemos de utilizar. El agua bendita.

I. De nuevo lo llevó el demonio a un monte muy alto... Entonces le respondió Jesús: Apártate, Satanás..., leíamos en el Evangelio de la Misa de ayer1.
El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado, desde el Génesis al Apocalipsis. En la parábola de la cizaña, el Señor afirma que la mala simiente, cuyo cometido es sofocar el trigo, fue arrojada por el enemigo2. En la parábola del sembrador, viene el Maligno y arrebata lo que se había sembrado3.
Algunos, inclinados a un superficial optimismo, piensan que el mal es meramente una imperfección incidental en un mundo en continua evolución hacia días mejores. Sin embargo, la historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. Sin duda, “a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final”4. De tal manera que el demonio “provoca numerosos daños de naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso física en los individuos y en la sociedad”5.
La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Desde los primeros siglos, los cristianos tuvieron conciencia de esa actividad diabólica. San Pedro advertía a los primeros cristianos: sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando alrededor de vosotros como león rugiente, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe6.
Con Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él “nos ha liberado del poder de Satanás”7. Por razón de la obra redentora de Cristo, el demonio solo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios.
El Señor se manifiesta en numerosos pasajes del Evangelio como vencedor del demonio, librando a muchos de la posesión diabólica. En Jesús está puesta nuestra confianza, y Él no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas8. El demonio tratará de “seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios”9. Y esto, siempre. De mil modos diferentes. Pero el Señor nos ha dado los medios para vencer en todas las tentaciones: nadie peca por necesidad. Consideremos, con hondura, en esta Cuaresma lo que esto significa.
Además, para librarnos del influjo diabólico, también ha dispuesto Dios un ángel que nos ayude y proteja. “Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones”10.

II. El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre, “porque el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios naturalmente buenos; pero ellos, por sí mismos se hicieron malos”11. Es el padre de la mentira12, del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo y malo que hay en la tierra13. Es la serpiente astuta y envidiosa que trae la muerte al mundo14, el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre15, y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. “Todo empezó con el rechazo de Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastocar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Así el espíritu maligno trata de trasplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y de oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia”16.
El demonio es el primer causante del mal y de los desconciertos y rupturas que se producen en las familias y en la sociedad. “Suponed, por ejemplo –dice el Cardenal Newman–, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente la oscuridad; podéis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor que se produciría. Transeúntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice San Pablo, ha cegado los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno esto y otro aquello, porque no ven”17.
En sus tentaciones, el demonio utiliza el engaño, ya que solo puede presentar bienes falsos y una felicidad ficticia, que se torna siempre soledad y amargura. Fuera de Dios no existen, no pueden existir, ni el bien ni la felicidad verdaderos. Fuera de Dios solo hay oscuridad, vacío y la mayor de las tristezas. Pero el poder del demonio es limitado, y también él está bajo el dominio y la soberanía de Dios, que es el único Señor del universo.
El demonio –tampoco el ángel– no llega a penetrar en nuestra intimidad si nosotros no queremos. “Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios sensibles, o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas, les es totalmente inaccesible. Incluso los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma (...) sino, en todo caso, por los movimientos y manifestaciones externas”18.
El demonio no puede violentar nuestra libertad para inclinarla hacia el mal. “Es un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es aquel que libremente le presta el consentimiento de su voluntad”19.
El santo Cura de Ars dice que “el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado”20. Con todo, “ningún poder humano puede compararse con el suyo, y solo el poder divino lo puede vencer y tan solo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas.
“El alma que venza la potencia del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad”21.

III. La vida de Jesús quedó resumida en los Hechos de los Apóstoles con estas palabras: Pasó haciendo el bien y librando a todos los oprimidos del demonio22. Y San Juan, tratando del motivo de la Encarnación, explica: Para esto vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo23.
Cristo es el verdadero vencedor del demonio: ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera24, dirá Jesús en la Última Cena, pocas hora antes de la Pasión. Dios “dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás”25.
El demonio, no obstante, continúa detentando cierto poder sobre el mundo en la medida en que los hombres rechazan los frutos de la redención. Tiene dominio sobre aquellos que, de una forma u otra, se entregan voluntariamente a él, prefiriendo el reino de las tinieblas al reino de la gracia26. Por eso no debe extrañarnos el ver, en tantas ocasiones, triunfar aquí el mal y quedar lesionada la justicia.
Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen cristiano. Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor a la Virgen. Con Nuestra Señora estamos siempre seguros. El uso del agua bendita es también eficaz protección contra el influjo del diablo: “Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. —Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: “De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”“27.
Juan Pablo II nos exhorta a rezar dándonos más cuenta de lo que decimos en la última petición del Padrenuestro: “no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo”28. Nuestro esfuerzo en estos días de Cuaresma por mejorar la fidelidad a aquello que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non serviam del demonio, queremos poner nuestro personal Serviam: Te serviré, Señor.

1 Cfr. Mt 4, 8-11. — 2 Mt 13, 25. — 3 Mt 13, 19. — 4 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 37. — 5 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 6 1 Pdr 5, 8. — 7 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. — 8 Cfr. 1 Cor 10, 13. — 9 San Ireneo, Tratado contra las herejías, 5. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 567. — 11 Conc. Lateranense IV, 1215 DZ. 800 (428). — 12 Jn 8, 44. — 13 Cfr. Heb 2, 14. — 14 Cfr. Sab 2, 24. — 15 Cfr. Mt 13, 28-39. — 16 Juan Pablo II, Audiencia general, 13-VIII-1986. — 17 Card. J. H. Newman, Sermón para el Domingo II de Cuaresma. Mundo y pecado. — 18 Casiano, Colaciones, 7 — 19 Ibídem. — 20 Santo Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. — 21 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 3, 9. — 22 Hech, 10, 39. — 23 1 Jn 3, 8. — 24 Jn 12, 31. — 25 Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes, 3. — 26 Cfr. Juan Pablo II, loc. cit. — 27 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 572. — 28 Juan Pablo II, loc. cit.

6 comentarios:

  1. ¿Se sufre físicamente en el infierno?

    Es de fe que la pena de daño y la pena de sentido son realmente distintas y no se puede reducir la pena de sentido a la mera aflicción psicológica producida por la privación de la vista de Dios

    Autor: P. Carlos M. Buela | Fuente: www.iveargentina.org

    El castigo infligido a las creaturas o pena de sentido

    No sólo es un dogma de fe definida la existencia y eternidad del infierno, tal como fue declarada por el Concilio IV de Letrán: “…para que reciban según sus obras, ya hayan sido buenas o malas, los unos con el diablo pena perpetua, y los otros con Cristo gloria sempiterna” (13); es también de fe definida que los condenados padecen pena de daño, como se enseña en la constitución “Benedictus Deus:” “…según común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal actual en seguida después de su muerte descienden a los infiernos, donde son atormentadas con penas infernales” (14), es también de fe definida la existencia y eternidad de la pena de sentido, como se enseña en el Símbolo “Quicumque”: “…y los que hicieron bien, irán a la vida eterna; los que hicieron mal, irán al fuego eterno. Ésta es la fe católica: a no ser que uno la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse” (15).

    En el Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, 48, se enseña la necesidad de una constante vigilanc ia, para que “no como a siervos malos y perezosos (cf. Mt 25, 26) se nos mande apartarnos al fuego eterno (cf. Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30). Estas palabras se introdujeron en el texto para afirmar “la pena eterna del infierno”. En efecto, dice la Comisión teológica: “Se introdujeron en el texto las palabras de nuestro Señor acerca de la pena eterna del infierno, como fue pedido explícitamente por muchos Padres” (16). (Más adelante indicaremos porqué las explicaciones de la Comisión teológica constituyen la explicación oficial del texto). Asimismo, donde se habla de “la resurrección de vida” y de “la resurrección de condenación”, en el mismo número, estas palabras se conciben como complemento de las otras palabras referidas al infierno que citamos anteriormente. Di ce la Comisión teológica: “tomando razón de la precedente enmienda, por la lógica interna de la exposición y para más satisfacer los deseos de los Padres, se introdujeron las palabras acerca de la resurrección de vida o de juicio” (17).

    La principal pena de sentido es el fuego, de ahí que diga el rico epulón: “estoy atormentado por estas llamas” (Lc 16, 24). Como lo afirman los Santos Padres y Doctores, y autores eclesiásticos antiguos, por ejemplo:

    * San Ignacio de Antioquía: “No erréis, hermanos míos: los perturbadores de las familias no heredarán el reino de Dios. Si, pues, aquellos que han obrado estas cosas según la carne, están muertos, ¿cuánto más si alguno corrompe, con prava doctrina, la fe de Dios, por la que Jesucristo fue crucificado? Ese tal, estando manchado, irá al fuego inextinguible; de modo semejante, el que le presta oído” (18).

    * El autor del “Martirio de San Policarpo”: “Y atendiendo a la gracia de Cristo, [los mártires] despreciaban los tormentos mundanos, liberándose, con la duración de una hora, de la pena eterna. Les parecía frío el fuego de los crueles verdugos. Porque tenían ante los ojos el huir de aquel que es eterno y nunca se extinguirá” (19).

    * El autor de la llamada 2da. carta a los Corintios: “Y los incrédulos verán la gloria de él y su fuerza y se admirarán viendo el dominio del mundo en Jesús, diciendo: Ay de nosotros, porque tú eras y ni lo supimos ni lo creímos ni obedecimos a los presbíteros, que nos predicaban de nuestra salvación; y el gusano de ellos no morirá y el fuego de ellos no se extinguirá, y serán un espectáculo para toda carne…[l os justos] verán cómo son castigados con terribles tormentos y fuego inextinguible, los que erraron y negaron a Jesús con palabras y obras darán gloria a su Dios” (20).
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  2. * San Justino: “…en ningún modo puede suceder que a Dios se le oculte el maligno, o el avaro, o el insidioso, o el dotado de virtud, y que cada uno va o a la pena eterna o a la salvación eterna según los méritos de sus acciones. Porque si estas cosas fuesen conocidas por todos los hombres, nadie elegiría el vicio para un breve tiempo, sabiendo que iría a la condenación eterna del fuego; sino que se contendría totalmente y se adornaría de virtud, ya para conseguir los bienes que están prometidos por Dios, ya para huir los suplicios” (21).

    * San Ireneo: “la pena de aquellos que no creen al Verbo de Dios, y desprecian su venida, y vuelven atrás, ha sido ampliada; haciéndose no sólo temporal, sino eterna. Porque a todos aquellos a los que diga el Señor: Apartaos de mí, malditos, al fuego perpetuo, esos serán siempre condenados” (22).

    * Discurso a Diogneto: Los mártires se admirarán al ver el castigo de “la muerte verdadera, que es reservada para aquellos que serán condenados al fuego eterno, que será suplicio hasta el fin para los que le son entregados” (23).

    * Tertuliano habla de: “fuego continuo” (24), “fuego eterno” (25), “fuego perpetuo” (26), “fuego eterno de la gehenna para la pena eterna” (27).

    * San Cipriano: “La gehenna siempre ardiente quemará a los que le son entregados, y una pena voraz con llamas vivaces; ni hay posibilidad de que los tormentos tengan alguna vez descanso o fin. Las almas con sus cuerpos serán conservadas para infinitos tormentos de dolor & hellip; Creerán tarde en la pena eterna los que no quisieron creer en la vida eterna” (28).

    * San Agustín: “será un fuego corpóreo” (29).

    * San Juan Crisóstomo dice que todos los padecimientos de esta vida, por grandes que se los suponga, son pálida imagen de las torturas del infierno y ni llegan a ser sombra de aquellos suplicios (30).

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    * San Gregorio Magno: “No dudo en afirmar… es corpóreo” (31).

    * Santo Tomás de Aquino: “Es preciso decir que el fuego que atormentará a los cuerpos de los condenados es corpóreo” (32).

    * Santa Catalina de Siena: “Hija, la lengua no es capaz de hablar sobre estas infelices almas y sus penas… El primero es verse privados de mí, lo cual les es tan doloroso, que, si le fuera posible, antes que estar libres de las penas y no verme, elegirían el fuego y atroces tormentos con tal de verme… El cuarto tormento es el fuego, que arde y nunca se acaba. El alma, por su propio ser, no se puede consumir, por no ser algo material, sino incorpórea. Pero yo, por justicia divina, he permitido que la queme sufriendo, que la aflija y no la consuma. La quema y hace sufrir con penas grandísimas, de modos diversos según la diversidad de los pecados, a unos más y a otros menos en conformidad con la gravedad de la culpa” (33).

    * Santa Teresa de Jesús: “…como del dibujo a la verdad, el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá” (34).

    * San Alfonso de Ligorio: “Como el pez en el agua se halla rodeado de agua por todas partes, así el condenado se halla por completo sumido en el fuego” (35).

    * San Juan Bosco cuenta un sueño que tuvo del infierno donde fue obligado a poner su mano en la pared y dice que al día siguient e “observé que la mano estaba efectivamente hinchada; y la impresión imaginaria de aquel fuego tuvo tal fuerza, que poco después la piel de la palma de la mano se desprendió y cambió” (36).

    * La Virgen de Fátima el 13 de julio de 1917, en su tercera aparición, según contó Lucía: “…abrió de nuevo sus manos. El haz de luz que de ellas salía parecía penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego, y mezclados en el fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes negras o bronceadas, con forma humana, que se movían en el fuego llevadas por las llamas, que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos lados, así como caen las chispas en los incendios, sin peso ni equilibrio, entre gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor… Aterrados, le vantamos la mirada hacia Nuestra Señora, quien nos dijo con bondad y tristeza: -Han visto el infierno a donde van a parar las almas de los pobres pecadores. Cuando recen el Rosario, digan después de cada misterio: -¡Oh Jesús mío! perdónanos nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu misericordia” (37).

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    Pablo VI en el “Credo del Pueblo de Dios” afirma que los que hayan rechazado hasta el final el amor y la piedad de Dios: “serán destinados al fuego que nunca cesará” (38).

    Por último, por el modo de hablar de los documentos y del magisterio ordinario, que así se ha expresado durante tantos siglos, es de fe que la pena de daño y la pena de sentido son realmente distintas y no se puede reducir la pena de sentido a la mera aflicción psicológica p roducida por la privación de la vista de Dios (39).

    Frente a esta nube de testigos, ¿se puede, cuerdamente, dudar de la realidad de este “lugar de castigo” (cf. Lc 16, 28)? ¿No sería más cuerdo vivir de manera de no ir a él?

    Por tanto, teniendo en cuenta el sentir moralmente unánime de los Santos Padres y teólogos, el magisterio ordinario de la Iglesia, etc., afirmamos con ellos que el fuego del infierno no es metafórico (no existe tan sólo en la mente de los condenados (40)), sino verdadero, real, corpóreo (en cuanto es un agente material, que existe en su objetiva realidad y que atormenta a los réprobos).

    Así como afirmamos su corporeidad, afirmamos que no conocemos su materialidad porque es un fuego especial, sui generis, ya que tiene propiedades diferentes al fuego de la tierra. Es un fuego no extinguible, sino inextinguible (no necesita de combustible para ser alimentado); no temporal, sino eterno; no para confort de los cuerpos, sino para castigo de las almas y de los cuerpos; y que atormenta a los réprobos sin destruirlos. Es un fuego que sin matar, abrasa; sin consumir, quema; sin alumbrar, arde; y que, a pesar de sus llamas, envuelve a los condenados en opacas tinieblas y noches sempiternas.

    Ni la más escabrosa y estrafalaria descripción de las penas de sentido, ni siquiera la más truculenta y grotesca, podrán llegar a mostrar con fidelidad, lo que esas penas son. Los que se horrorizan de esas pinturas o de esas descripciones, más bien deberían apartarse de sus pecados que les impiden ver, con toda su hondura, al fin al que se encaminan por propia culpa.

    Por eso, teniendo en cuenta la importancia de la pena de daño sobre la pena de sentido, decía San Juan Crisóstomo: “Hay muchos hombres que, juzgando absurdamente, desean ante todo evitar el fuego del infierno; pero yo creo que incomparablemente mayor que la pena del fuego será la pena de haber perdido para siempre aquella gloria; ni creo que sean más dignos de llorarse los tormentos del infierno que la pérdida del reino de los cielos; pues este tormento es el más acerbísimo de todos” (41). En otro lugar dice: “La pena del fuego del infierno es ciertamente intolerable. Pero, aunque imaginemos mil infiernos de fuego, nada habríamos adelantado para comprender lo que significa haber perdido la bienaventuranza eterna, ser rechazado por Cristo, oír de él aquellas palabras: No os conozco” (42).

    Es que la pena de sentido, por muy grande que sea, es finita, mientras que la pena de daño es infinita. Enseña Santo Tomás: “La pena es proporcionada al pecado.

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    En el pecado hay que distinguir dos aspectos.

    El primero es la aversión del bien imperecedero, que es infinito; y por este motivo el pecado es también infinito.

    El segundo es la conversión desordenada a un bien perecedero; y en este sentido el pecado es finito, tanto por parte del objeto al que se convierte, que es finito, como por el acto pecaminoso en sí mismo, ya que los actos de la creatura no pueden ser infinitos.

    Por consiguiente, por parte de la aversión le corresponde al pecado la pena de daño, que es infinita, ya que es la pérdida de un bien infinito, como es el mismo Dios. Y por parte de la conversión desordenada a la criatura, le corresponde la pena de sentido, que es finita” (43).

    Por muy difícil que sea a la sensibilidad del hombre moderno, lo que está revelado, revelado está. Y no hay forma cuerda de evadir esa realidad. Un autor después de afirmar la existencia del fuego material y corpóreo -aunque no como el nuestro- nada menos que … ¡ lo identifica con el Espíritu Santo!: “¡El fuego del infierno es, de algún modo, el mismo Dios! Es la misma llama de amor viva -que es el Espíritu Santo- que purifica en esta vida y en el purgatorio y atormenta eternamente en el infierno” (44).

    Comentarios al P. Carlos Miguel Buela


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    Notas:

    13 Dz. 429 [801].
    14 Dz. 51 [1002].
    15 Dz. 40 [76].
    16 “Introducta sunt in texto verba Domini nostri circa poenam aeterna inferni, sicut explicite a multis Patribus petitum est (E/2639 2675 2676 et 11 alii, E/ 2682 2695 2716 2720”. Textus emendatus Capitis VII Schematis Constitutionis de Ecclesia, Relatio de nº 48, p. 181, lin 22 (Romae 1964), p. 13.
    17 “Ratione habita praecedentis emendationis, ob internam logicam expositionis et ut amplius desideriis Patrum satisfieret, introducta sunt verba de resurrectione vitae vel iudicii (E/ 2788 2838 cum 13 aliis)”. Ibid., nota 5, lin 26.
    18 Ef 16, 1s.
    19 Martirio de San Policarpo, 2, 3; cf. San Ireneo, Ad haer., 4, 39; San Ambrosio, Comentario a San Lucas, 7, 20.
    20 2Co 17, 5ss.
    21 Apología, 1, 12.
    22 Adversus haereses, 4, 28, 2.
    23 10, 7s.; Funk, 1, 408-410.
    24 Apologeticus,48; PL 1, 527.
    25 Ibidem, PL 1, 528; y en De poenitentia, 12; PL 1, 1247.
    26 De praescriptione haereticorum,13; PL 2, 845.
    27 De resurrectione, 35.
    28 Ad Demetrianum, 24; ML 4, 561s.
    29 La ciudad de Dios, 21,10.
    30 Ad Pop. Ant., Hom.49: “Haec omnia ludicra sunt et risus ad illa supplicia. Pone ignem, pone ferrum, quid nisi umbra sunt ad illa tormenta?”. (Todo esto son juegos y risas en comparación con aquellos suplicios. Considera los tormentos del fuego y del hierro, ¿qué son sino sombras en comparación con aquellos tormentos?).
    31 Diál. IV, 29; PL 77, 368.
    32 S. Th., Supl. 97, 5.
    33 El diálogo, cap. XVIII, B.A.C., 1950, p. 256.
    34 Libro de la Vida, cap. 32, 4. Describe la Santa Doctora una visión del infierno que tuvo y dice que “fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho” (ibid., 5).
    35 Op. cit. p. 662.
    36 Biografía y escritos, B.A.C., Madrid, 1955, p. 647.
    37 Pbro. Julio Triviño, Teología, espiritualidad y profetismo del Mensaje de Fátima, en Universitas, nº 41, setiembre 1976, p. 17.
    38 Solemne Profesión de fe el 30 de junio de 1968, n. 12; comentario teológico por Cá ndido Pozo, S.J., 2da. edición, B.A.C., Madrid, 1975, p. 21.
    39 Cándido Pozo, S.J., Teología del más allá, B.A.C., Madrid, 1968, p. 197.
    40 Como sostenía en la antiguedad Orígenes y en la actualidad, por ejemplo, el Diccionario Teológico de Rahner (Herder, Barcelona, 1967, p. 514).
    41 Ad Theodorum lapsum, I, 12; MG 47, 292.
    42 In Mt., hom. 23, 8.
    43 S.Th., I-II, 87,4.
    44 Palabra de Comunión, 71 (texto policopiado); entiendo que el A. cae en el error lógico de la suppositio terminorum que lo lleva a una fallacia equivocationis, porque del fuego real y corpóreo, pasa a significar el fuego del amor de Dios -¡El Espíritu Santo!-, lo cual es una falacia por tomar de modo equívoco el mismo término en un mismo silogismo; también me parece que se confunde por identificar el fuego del infierno con el del purgatorio, entendiendo el fuego del purgatorio segú n la concepción de los Padres griegos. (En una oportunidad, tomando como titular un exámen de Escatología, el profesor vocal sostenía que “el fuego del infierno podía ser un cancer”; como puede apreciarse si uno se maneja en exégesis arbitrariamente, se le puede hacer decir a las palabras cualquier cosa. Así “fuego” podría ser agua, viento, nube, dulce de leche, caramelo, hojaldre, lavandina o cualquier cosa, lo cual es absurdo).

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